Capítulo 10

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Santiago Moya

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Santiago Moya

¡Joder! ¿Qué diablos fue eso? Qué estupidez tan grande sale de su bendita boca, con ese descabellado comentario de "no creo que tenga que preguntarle a Luz si puedes venir". ¡Donde ella esté, yo puedo estar! ¡Y, si quiero, lo estaré, por supuesto que sí, joder! Definitivamente, no necesito que nadie me dé permiso de estar cerca de ella y mucho menos que le den autorización. Pobre Delhy, no sé qué me pasa con esta mujer. Mi dominio me supera y no sé cuánto más pueda contener este deseo que siento de dominarla, ya que es una necesidad que me carcome —farfullo para mí mismo en voz alta, y aviento mi celular sobre el escritorio.

Me encuentro en mi estudio, uno de mis lugares predilectos dentro de casa. Estoy sentado en la silla giratoria de mi escritorio, ya llevo mucho tiempo aquí. Me desplazo hacia atrás, extiendo mis largas piernas, me estiro como un felino y doy un giro a mi izquierda para quedar de lado. Frustrado por toda esta situación, paso los dedos de mi mano izquierda por mi cabello, tratando de liberar esta tensión que me consume por dentro. Descanso los brazos en mis piernas y me inclino mientras me concentro mirando el piso.

Me pierdo en mis pensamientos, que no paran, así que decido dejarme caer al suelo. Me recuesto en la alfombra marrón, tan suave como si estuviera en una jodida nube, sonrío ante mi estúpido pensamiento. ¿Quién mierda sabe cómo se siente acostarse en una nube? Eso me hace recordar cómo la jodida diseñadora me embaucó con esta alfombra, diciendo que era del Medio Oriente, y que con este detalle le ofrecería más carácter al lugar. Pero al estar aquí acostado, en esta posición, siento que valió la pena cada euro que gasté en ella. E inesperadamente me empiezo a sentir más relajado y, mirando al techo, comienzo a analizar lo que estoy viviendo.

Nunca pierdo el tiempo cuando me interesa una mujer, eso es un hecho. Normalmente, los dos captamos nuestro lenguaje corporal y terminamos en la cama, pero bueno, quiero pensar que siempre existe una primera vez.

Toda la jodida mañana he estado esperando impaciente, como un chaval de instituto, a que transcurriera el tiempo para encontrar una hora prudente para llamarla. Y, después de reflexionar un poco más, me doy cuenta de que ya he cometido un error tras otro con Delhy, así que no me atreví a llamarla. Decidí mejor mandarle un mensaje de texto, por sentirlo más casual e informal, aunque bueno, al final Delhy me sorprendió llamándome. Y ese gesto me complace, es una buena señal, que demuestra que también está interesada en mí.

Me gustan las mujeres decididas, y Delhy me vuelve loco, ¡joder! Tiene un culo tan bueno y apetecible, que me hace fantasear con arrinconarla sin previo aviso cuando la vuelva a ver. Inmovilizarla contra la pared, hasta tenerla a mi merced. Recorrer sus curvas mientras le sujeto las manos sobre la cabeza. Besarla de manera primitiva. Mordisquearle los labios hasta dejárselos doloridos y rojos por mi ímpetu. Acariciarla, rozarla con mis labios y lamerle el cuello hasta conocer sus gemidos al pronunciar mi nombre. Perderme en su sabor dulce y su olor delicioso a vainilla; esa esencia que me ha cautivado desde anoche.

Qué Será De MíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora