Santiago Moya
Estoy sudando frío, me dirijo rumbo al maldito despacho de esta residencia, el cual está localizado en la segunda planta. Y donde se encuentra Paolo, a pesar de no ser su casa. Normalmente todos le ofrecen un lugar donde el magnate hombre de negocios puede platicar, descansar o simplemente organizar una nueva reunión. Por supuesto, menos el Senador Moya; en ninguna de mis propiedades él tiene un espacio, ese hombre no es digno de nada que venga de mí, todo lo mío está totalmente fuera de su alcance.
La historia de ese hijo de puta, que un día me engendró, no es nada nuevo para mí.
Se enredó con mi bella madre cuando ella estaba en el instituto, solo era una inocente joven de diecisiete años, pero él la enamoró con su galantería; la cual todavía posee y sigue volviendo locas a las mujeres. Después de un tiempo se casaron. Yo no tengo muchos recuerdos de mi padre, jamás lo vi en casa, además, Ivana y yo siempre estuvimos a cargo de mis abuelos.
Mis padres estaban constantemente en viajes de negocios, hasta que un día mi madre regresó sola, dolida y amargada, olvidando que era una mamá responsable, dedicada y cariñosa. Desde entonces nada volvió a ser lo que un día fue, sus desplantes mezquinos se convirtieron generalmente en su nueva forma de vida, su falta de interés era evidente. Si no hubiera sido por mis abuelos maternos, quienes decidieron hacerse cargo de nosotros dos, no sé quién nos hubiera criado y encaminado en esta vida.
El nombre de Paolo Moya Rossetti jamás volvió a escucharse por nuestra casa. Está de más contar que, después de ese fatídico día, no hubo un padre presente para ningún cumpleaños, y mucho menos para abrir regalos en navidad o reyes. Ni mi hermana o yo volvimos a preguntar por él, ya que corríamos el peligro de ser duramente castigados.
No fue hasta casi unos días antes de terminar el bachillerato que una tarde saliendo de clases, una elegante Escalade negra blindada se estacionó afuera del colegio, esperando por mí, para recogerme. Solamente hizo falta bajar el vidrio de una de las ventanas traseras para saber de quién se trataba. Al verlo no tuve ninguna duda, yo sabía a la perfección quién era aquel hombre.
Había pasado demasiados años esperando este momento, necesitaba respuestas, muchas respuestas... ¿Por qué se fue? ¿Por qué nunca regresó? ¿Por qué jamás nos llamó? Una infinidad de preguntas rondaban mi cabeza, así que, cuando vi la puerta trasera abierta para mí, apreté fuerte la mochila y me subí de inmediato para aventurarme en un viaje desconocido.
—Hola, Santiago ¡Estás grandísimo, muchacho! —Con una amplia sonrisa pronunció palabras de las cuales no fui consciente; su mano viajó hasta mi hombro, dándome un fuerte apretón. Al ver que no contestaba y me encontraba en estado de conmoción, con voz cautelosa, preguntó—. ¿Sabes quién soy? ¿Verdad que sí, Santiago?
Su voz reflejó duda y dolor; eso me hizo sentir felicidad. Por mucho tiempo yo tuve esos mismos sentimientos. Pero con los años me acostumbré a esa necesidad, a esa carencia, que con el tiempo se convirtió en un hueco inútil dentro de mí. Aunque para ese entonces, en mi plena adolescencia, ya estaba acostumbrado a ser el hijo huérfano de la familia Di Vaio.
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Qué Será De Mí
RomanceÉl era mi destino, era quien me mantenía a flote en este camino incierto. Diseño de portada: @HKramer L. RODRIGUEZ