Capítulo 27

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P

oco a poco se hace menos amarga mi existencia. Los días pasan muy muy lento y, aunque anhelo que me llame, busque o mande mensajes de texto, esto nunca pasa y me confirma que no fui para él nada más que otra mujer en su cama; al final es lo mejor.

No puedo borrar todas esas imágenes que pasan por mi cabeza, es vivir con esa sensación de añoranza de volverlo a ver, pero al instante se convierte en repulsión, asco, odio y rencor, que no me dejan ser la antigua Delhy.

He cambiado mi rutina. Ya han pasado un par de semanas, donde todas las mañanas me levanto de madrugada para irme a correr, me ayuda con la ansiedad. Los ataques de pánico llegan más esporádicos, pero con regularidad tengo problemas para dormir y, cuando por fin el cansancio me vence, durante la noche despierto agitada, asustada y sudando, sin recordar qué es lo que me despierta entre sueños. Cuando Luz me invitó a ir a correr con ella, lo pensé varias veces, pues nunca he sido una mujer deportista, y cuando lo hago me gusta la tarde o la noche, pero el venir me hace sentir mucho mejor. Ahora me despierto un poco más temprano para poder hacerlo sola, sin la presencia de nadie, esto me motiva y me impulsa a olvidar mis problemas, preparándome para otro día, como en estos momentos.


Sigo corriendo, sin percatarme que alguien habla a mi costado, hasta que siento como jalan mi audífono.

—¡Hola, Delhy!

Me paro consternada al escuchar su voz, es el estúpido de Mario, que sin darme cuenta va trotando a mi lado. Lo observo y, en comparación de como estoy, sudorosa y agotada, él se ve totalmente


orondo y atlético sin camiseta.

Dejo de mirarlo, me doblo y apoyo mis manos en las rodillas, ¡estoy muerta!

—Vamos, Diosa. ¿No me digas que ya terminaste tu rutina? —pregunta y sonríe con su típica sonrisa con la que cree que todas las mujeres caemos rendidas a sus pies.

Levanto la vista y le doy una mirada asesina. Me pregunto hasta cuándo se terminará mi límite y me le vaya encima, hasta destrozarle la cara de un mendigo puñetazo.

Me quito el otro audífono y gruño:

—¡Déjame en paz! —le exijo, y sigo adelante, tratando de trotar de nuevo, pero me ha desconcentrado, así que no puedo seguir mi ritmo y decido comenzar a caminar con paso acelerado, tratando de apresurarme lo más posible para dejarlo atrás, todavía tengo que darle la vuelta al parque para terminar mi rutina.

—Hey, ¿no me vas a saludar? —Llego a mi límite y me volteo hecha una fiera.

—¿Es en serio? ¡Cómo chingas! No sabes qué significa una indirecta, ¿verdad? No, tú necesitas una bien directa.

Suelta una gran carcajada, llamando la atención de unas chicas que babean viéndolo mientras intentan hacer yoga en el césped.

—¡Uy! En serio que cómo te extrañé... —comenta sin vergüenza, encantado por mi reacción.

—¡¿Dime qué necesitas para dejarme en paz?! —razono—. ¡Ay no, por favor! ¿No me digas que ahora también vas a venir a hostigarme mientras vengo a correr?

Qué Será De MíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora