Capítulo 18

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Todo el fin de semana me la pasé arrepintiéndome por haber caído tan rápido en los brazos de un hombre que, por lo visto, no sé ni quién es en realidad, ni en qué diablos anda metido.

Mi incertidumbre aumenta, ya que Santiago no ha tratado de comunicarse, no ha venido a casa para explicarme toda esta confusa situación. Casi puedo apostar que Max le dijo que lo más seguro es que yo esté enterada de su plática privada, pues fue claro que me escapé al segundo piso. Todavía no puedo ordenar mis ideas, aún no entiendo qué sucedió en esa residencia, ni en qué negocios están metidos todos ellos.

—Nena, ¿todo bien? —Es la tercera vez que Luz viene a tocar mi puerta.

El viernes, cuando llegué de la cena benéfica, me encontré a Jacobo en casa; yo estaba tan cabizbaja que solo saludé y me retiré a mi habitación. No les mencioné mucho, me limité a decirles que estaba cansada. Ellos obviamente se dieron cuenta de mi estado de ánimo, pues no suelo estar tan callada.

En estos momentos no quiero hablar del tema, además, no sé ni qué decirle. No creo poder abrirme y contarle: "mira, Luz, fíjate que anoche seguí a Santiago y escuché una plática muy extraña". La verdad, me cagué del miedo al no conocer a nadie y, sin pensarlo dos veces, salí corriendo del lugar después de escucharlo tan enojado, «eso fue lo que más me aterró». No sé qué diablos pasó, pero no creo que fuera nada bueno, porque la reacción de Santiago en ese momento fue de lo más espantosa. Ha pasado más de un día, y él no ha llamado para explicarse. Si lo de la otra noche no fuera algo tan tonto, ¿por qué no llamar? Sin embargo, sigo aquí dándole vuelta a lo mismo, nada tiene sentido.

Estoy enojada, decepcionada y frustrada. ¡Maldito hombre! Cómo se atrevió a hablarme así, a tratarme de ese modo tan indiferente. Debería estar aquí en mi puerta explicándose. Tendría que preguntarse qué es lo que pasa conmigo, o la razón por la que no me fui para su espléndida casa, ¡pero no! El desgraciado solo está esperando que lo necesite y vaya corriendo a buscarlo.

Me amarro los que no tengo, y por mis padres, quienes son lo que más amo en este mundo, aunque me muera por hablar con Santiago y esté llena de preguntas y dudas, no le llamaré, ni buscaré, ¡está dicho!

Ya casi se cumplen dos días de este encierro y no pienso pasar ni un segundo más aquí lamentándome entre tanta incertidumbre, por algo de lo cual no tengo ni una respuesta.

—Sí. Dame unos minutos, me voy a bañar. —Por fin contesto apresurada.

Me levanto de la cama con el pelo enredado como de costumbre, el maquillaje todo corrido como una perfecta loca desquiciada. Voy directo al baño, busco unas toallitas desmaquillantes y empiezo a limpiar mi cara mientras abro la regadera. Espero a que el agua esté a la temperatura ideal, me quito el pijama y me sumerjo rehabilitando mi maltrecho estado de ánimo. Después de un largo rato vuelvo a la vida, entonces procedo a enjabonar mi cuerpo y me enfoco en asearme, no quiero preocupar a Luz.

Después de cambiarme y alistarme para mi domingo de flojera, me animo a salir del cuarto. Cuando voy caminando por el pasillo, rumbo a la cocina, mis tripas resuenan pidiendo alimento, y ahí soy consciente de que ayer no salí en todo el día de mi recámara, ni para comer.

—¡Hola, preciosa! —Luz, con su hermosa sonrisa, me recibe en la cocina, pero al ver mi cara apaga la estufa, y, limpiándose en el delantal, se acerca a mí—. ¿Qué pasa, Delhy?

Luz, por favor... no quiero hablar del tema —contesto a la defensiva y me doy cuenta que mi voz suena más alto de lo que pretendía, así que me adelanto y agrego—. No te preocupes, solo...

—Vale. —Me corta, entendiendo que no estoy preparada para hablar—. Lo acepto por ahora, sin embargo, necesitas comer. No creas ni por un instante que ayer no me di cuenta de que no probaste bocado en todo el santo día. Ven, ayúdame a poner la mesa para tres.

Qué Será De MíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora