Era obvio que Harry no vería mi mensaje a las 5:30 de la mañana, por lo que me acosté en mi cama y comencé a llorar de nuevo, no podía evitarlo, me sentía humillada. ¿A dónde irán a parar esas fotos que me tomaron? No podía sacar ese tema de mi cabeza, hasta que su horrible presencia apareció en mi habitación.
-¿Qué tal tu noche? –dijo sarcástico-
No respondí, sólo le mostré mi hermoso dedo del medio a lo que él rió.
-Tienes trabajo que hacer.
-¿De qué hablas?
-Limpiar toda la casa, es mejor que empieces para que no termines a la noche.
Solté una carcajada ante su comentario.
-Ni pienses que yo limpiaré, para eso está el servicio de limpieza.
-Les di el día libre –dijo tirando al suelo los libros de mi estante-
-¿Crees que no contraté a mi propio servicio? Ya me has hecho esto millones de veces, Nathan. No soy tan idiota –estas últimas cuatro palabras las recalqué muy cerca de su rostro rabioso ante mi respuesta-
Llamé a los de servicio y ellos vinieron inmediatamente a casa a limpiar todo. Al terminar les pagué y ellos se fueron, dejando la casa como una tacita de té.
El hambre hacía presencia en mí, haciendo que mi estómago rugiera, por lo que entré a la cocina, saqué la leche del refrigerador y el cereal del estante, lo serví en el plato y me senté en la barra de la cocina a desayunar mientras veía las caricaturas. Al terminar, subí de nuevo a mi habitación y revisé si había respuesta alguna por parte de Harry y efectivamente, la había.
-Dios ______, me hace feliz leer esto, te juro que conmigo siempre estarás segura. Y necesito que me cuentes qué te hicieron esta vez porque debió haber sido muy grave como para que cambiaras de opinión tan rápido, te esperamos ansiosos.
Sonreí al leerlo y escribí en un papelito la dirección de su casa. Ya no podía esperar a esta noche.
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Ya eran las 7:56 de la noche, cada vez faltaba menos para irme. Había preparado un pequeño bolso con mis cosas, no eran muchas, pero llevaba lo esencial. Tenía bastante dinero guardado en un cofre desde hace años atrás, eran mis ahorros de toda la vida. Escondí el bolso debajo de mi cama y bajé a la cocina por algo de comer. Ahí encontré a mis padres y a Nathan cenando en la mesa.
-Veo que se olvidaron de mí, de nuevo.
-No, ahí en la olla están tus fideos –respondió mi madre-
¿Escuché bien? ¿Mi madre me guardó fideos? ¿Y si los envenenó? Tomé un plato y me serví los fideos temerosa, me senté junto a ellos, que comían bastante callados. Miré el plato dudosa de que mamá le haya puesto algo a mi comida.
-______, no están envenenados.
Levanté mi mirada y vi a aquellas tres personas con la vista fija en mí.
-Oh, claro–les di un bocado, en realidad, sabían bastante bien-
Comí en silencio, el hambre me mataba por dentro y hacía tiempo que no comía comida verdadera. Cuando terminé dejé mi plato sobre la mesa y subí.
La verdad, es que estaba nerviosa por el hecho de que en unas horas conocería al único amigo que tenía, mi estómago estaba revuelto de los nervios, me mataba la curiosidad saber cómo era aquel chico. ¿Y si era un chico nerd y asqueroso como algunos en los que estaban en mi escuela? No, no creo. Un chico así no podría escribir cosas tan lindas, ¿o sí?