CAPÍTULO 33. ORGULLO

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La cena transcurrió algo incomoda, pero para mi suerte, me informaron de que Sofía no podía ir esa noche.

-Es mejor que ni venga a esta casa cuando yo estoy. -Dijo Elena protestando mientras tomaba el plato de ensalada.

Charlie soltó una risa. Stephan nuevamente se puso rojo. Y yo simplemente seguí felizmente con mi comida.

Al terminar todo, ayudé a la señora Rogers a lavar los platos y platicamos un rato.

-Entonces, ¿Te gusta Charlie?

-La verdad hace poco nos conocemos. No podría decir eso.

-Es un gran muchacho. -Dijo secando un vaso y poniéndolo en su lugar.

Charlie se ofreció a llevarme hasta la entrada del edificio, así que acepté y bajamos juntos. Nos reímos un momento de los comentarios de la noche y luego todo se volvió silencio. Tal vez los dos nos acordamos de ese beso, que ni si quiera me había gustado.

-Bueno, gracias por todo. Fue una agradable noche. -Dije despidiéndome.

Iba a abrazarlo, pero él me tomó y me besó; pero yo, nuevamente me aparté. Y ahí atrás de nosotros había una sombra inconfundible.

-Madeline, habías dejado tu chaleco. -Dijo entregándomelo, con una sonrisa, tal vez por haber presenciado mi alejamiento. Quizá creía que teníamos besos apasionados, pero se había dado cuenta de que no era así.

Charlie se fue iracundo, dejándonos a Stephan y  a mí solos en medio de la entrada; confundidos, tristes, felices, enojados. Con todas las emociones mezcladas, pero amándonos el uno al otro.

Sin embargo, éramos demasiado orgullosos para admitirlo, así que cada uno se alejó y siguió su camino hacia su destino.

"Qué triste es la vida cuando no haces lo que quieres por orgullo." Pensé imaginándome a Stephan besándome apasionadamente, bajando por todo mi cuerpo, lleno de deseo y amor.

Llegué a casa y me dirigí a mi habitación, y así, sin previo aviso, las lágrimas brotaron por mi mejilla como pequeños entes de cristal en una misión suicida.

Sabía que el orgullo no estaría ahí mucho tiempo. Sabía que no aguantaría mucho tiempo, que un día correría hacia él y le diría que lo amaba como nunca había amado a nadie. Que amaba cada gesto y arruga de su cara, que amaba cada pelo de su barba, que amaba sus ojos profundos, sus pestañas horribles, su tez suave, sus manos grandes, su espalda grande, su gran trasero, su nariz respingada. Y más que todo, amaba su alma, su esencia, todo lo que él significaba para mí.

Después de calmar mis lágrimas, tomé un pequeño cuaderno y un lapicero y comencé a planear lo que le diría a Stephan para declararle mi amor.

Quizá Algún día sea una historia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora