CAPÍTULO 6. DISCUCIONES

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-Ashton, Señorita Jones. ¿Cómo están?

-Excelente profesor, ahora si nos disculpa nos vamos. -Dije yo, agarrando de la mano a Ashton y arrastrándolo a la calle contraría a la que Stephan estaba parado.

- ¿Qué fue eso? ¿Acaso no te agradaba? -Preguntó Ashton en cuanto le di oportunidad.

-Sí, pero siempre que estamos juntos es un fastidio. -Dije para no tener que mencionar la pelea, y aunque Ashton no había quedado convencido, no volvió a comentar nada en toda la noche.

Fuimos caminando hasta mi casa y luego él se fue sólo a la suya.

Eran ya las diez de la noche, así que me di una ducha porque estaba muy sudada y me puse la pijama.

En la mañana siguiente, la alarma sonó y nuevamente había dormido muy mal. Pero esta vez, sí me arregle. Me apliqué un poco de maquillaje en las ojeras para disimularlas, un polvo bronceador en mis cachetes para no estar tan blanca y un brillo muy natural.

Organicé mi uniforme y como hoy me tocaba deportes, me puse la sudadera del colegio, la camiseta y el buso.

Llegué al colegio y para mi alivio, hoy no tocaba literatura. Pero, igual debía verlo después de clase para seguir escribiendo.

En clase de deportes me tocaba con Ian, era un tipo moreno de unos treinta y tantos. Me agradaba bastante, nos llevábamos muy bien. Y como las mujeres podíamos cambiarnos por unos chores y los hombres por pantalonetas nos dirigimos al baño. A los diez minutos todos estábamos reunidos en círculo escuchando las instrucciones para la clase, y como yo me la llevaba tan bien con él me pidió que le ayudara a pasar unas cosas a las planillas. Así que mientras todos corrían y sudaban, yo me había cambiado en vano y solo escuchaba a Ian dictarme notas. Estábamos en esas cuando él empezó a hacerme cosquillas (tan él) y justo se abrió la puerta del gimnasio. El señor Rogers estaba justo frente a nosotros esperando que paráramos.

-Hola, disculpe. No nos conocemos. Soy Ian el maestro de deportes. -Dijo estirando la mano.

-Ya veo, mucho gusto. -Dijo Stephan estirando la mano para estrecharla de mala gana.

- ¿Qué necesitas? – Dijo Ian esperando que él se largara y confesara una equivocación.

-Necesito a la señorita Jones.

-Está ocupada.

-Creo que no será mucho tiempo Ian, luego te ayudo. – Dije mientras me paraba y me dirigía a donde estaba parado Stephan.

- ¿Entonces te llevas muy bien con el pedófilo ese?

- ¿Pedófilo?

-Sí, estaba ahí manoseándote.

-No, no lo estaba haciendo. Y creo que tengo el suficiente carácter y respeto por mí misma que no me dejaría manosear por un hombre casado y que no tiene nada que ver conmigo. Yo soy como una hija para él.

- ¿Casado? ¿Hija? Ya veo, lo siento. Sólo me preocupe que un maestro fuera así con una estudiante.

-Claro, y si ya terminaste de criticar todo lo que hago ¿puedes decirme para qué me necesitas?

-No estoy criticando todo. Lo estaba criticando a él de hecho.

- ¿Para qué me necesitas?

-Me preguntaba si sí nos veríamos hoy, sé que estás enojada. Y también quería disculparme.

-Sí, independiente de mis sentimientos para con usted quiero ganar ese concurso. -Era la verdad, aunque en realidad no era la rabia lo que me impedía verlo, era, por el contrario, la atracción que sentía.

- ¿Sentimientos? -Pausa. -Ah, claro, disculpe. Estaba perdido.

-Bueno, debo volver. -Dije señalando el gimnasio. Pero él me estaba mirando y no decía nada. El muy pervertido estaba mirando mis chores, y mis piernas.

Tosí.

-Claro, disculpa. Ve antes de que Ian me mate. -Dijo y salió lo más rápido que pudo.

Y luego el pedófilo es otro.

Al llegar la ultima hora, repetí la rutina de la última vez, pero esta vez habíamos quedado en encontrarnos directamente en la cafetería.

Cuando llegue al lugar él estaba en la mesa de la esquina leyendo un libro con unas gafas de estilo bastante hípster. Se veía aún más perfecto de lo normal. Normalmente usaba traje, pero hoy solo llevaba una camisa a cuadros y un pantalón color caqui y el cabello despeinado, se veía como todo un escritor. Al parecer notó que lo observaba y alzó la vista; al verme, me indicó que me acercara y se paró, en cuanto yo llegué, corrió mi silla y me senté.

-Bastante caballero de tu parte. -Dije agradeciendo el gesto.

-Es lo menos que puedo hacer después de mi actitud. En serio lo siento.

-Te perdono. La verdad fuiste un idiota. -Al notar lo que acababa de decir, tape mi boca y corregí mis palabras- Lo siento, esa no es manera de tratar a un profesor.

-Lo fui, tienes la razón.

El señor bipolar ha hablado.

-Entonces, ¿Qué tomarás hoy?

-Te diría que lo mismo que la vez pasada, pero la verdad me gustaría sorprenderme con algo nuevo.

-Eso habla mucho de ti.

- ¿Y es bueno lo que dice?

-Me agrada.

Terminé pidiendo por los dos. Como sabía que le encantaba el chocolate, le pedí a la mesera un Café Mocha Blanco frappeado y con chispas de chocolate. Y para mí pedí lo mismo, pero con almendras. A él le encantó. E hizo el gesto que yo había hecho la primera vez, imitándome. No pude evitar morderme el labio inferior cuando vi su cuello perfectamente y vi su cara imitando placer. Era inevitable no querer besarlo. Él notó que me mordía el labio, así que volteé la cara rápidamente y observé por la ventana como los carros pasaban.

-Es algo bastante curioso. Nosotros vemos afuera, pero ellos no nos ven. -dijo al notar hacia dónde dirigía mi mirada.

-Es como la vida. Tú miras a los demás superficialmente, a veces algo más. Pero nunca nadie mira hacia dentro.

-Bastante poético. Muy Tú.

Empezamos a discutir ideas, opiniones. Y al final, nos decidimos por escribir sobre el romance de una adolescente con su joven profesor de arte.

-Entonces, ahora lo veo. Te gusta tu profesor de arte.

-No, ¡No es cierto! -dije riéndome por semejante ridiculez.

-No, ahora todo tiene sentido. Por eso todo esto del amor imposible. Algún día deberías presentármelo. -Dijo en modo de broma.

-Me voy a ir. -Entonces empecé a gritar. -¡Que alguien ayude a mi amigo, creo que se ha vuelto loco, está hablando cosas sin sentido! – Al ver que no podía callarme simplemente mirándome y haciendo gestos con las manos. Se paró de su silla levemente y se abalanzó a mí. Puso su mano en mi boca, y a pesar de mis intentos, ya no podía gritar. Terminé por lamerle la mano y el la quitó disgustado. Pero seguía cerca de mí.

-Qué asco. Dijo alejándose después de unos segundos y mirando su mano babeada.

-Era asunto de vida o muerte.

Entonces empezamos a reír.

Nuevamente ofreció llevarme a casa, pero me negué. No podía dejar que conociera dónde vivía, o que se diera cuenta de que mis padres casi nunca están en casa.

Quizá Algún día sea una historia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora