Parte sin título 32

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Algunos días más tarde, Emma fue despertada por los rayos del sol que se filtraban por las cortinas de la habitación. Refunfuñó y se estiró en todo su largo antes de sentarse y parpadear varias veces para acostumbrar a la luz del día. Su móvil que se encontraba sobre la mesa de noche se puso a vibrar. La rubia frunció el ceño, preguntándose quién podía enviarle un mensaje tan temprano. Se inclinó para cogerlo

«Hola Emma, ¿qué te parece una noche de chicas? ¿Cine y bar? Besos...Mary»

Emma sonrió, por supuesto que quería, lo necesitaba. Respondió a su amiga antes de levantarse y de ir a tomar un buen baño caliente. Una vez duchada, decidió ponerse un ligero y bonito vestido blanco. Después de peinarse y maquillarse, bajó a desayunar. Henry ya estaba en la mesa de la cocina leyendo su periódico

«Buenos días Henry»

«Buenos días, Emma, ¿has dormido bien?»

«Sí, muy bien, ¿y tú?»

«Yo también. Estás espléndida con ese vestido»

«Gracias»

La rubia se sirvió un chocolate caliente y se preparó unas tostadas

«Esta noche voy al cine con Mary Margaret, ¿vas a necesitar el coche?»

«No, no te preocupes»

«Ok, genial. Iré a ver a Regina por la tarde y esperaré en Boston a que Mary acabe de trabajar»

«De acuerdo, ningún problema. Envíame un mensaje de vez cuando para decirme que todo va bien»

Emma asintió y sonrió. Estaba conmovida de ver cómo Henry se preocupaba por ella. Nunca nadie había tenido ese comportamiento hacia ella, excepto Regina y Neal, hace tiempo. Cuando acabó de comer, quitó la mesa y se puso a fregar los platos.

«Emma, sabes que tenemos lavavajillas, ¿no?»

«Sí, pero así se me pasa el tiempo»

«¿Por qué no vas a tomar el aire? Hace buen tiempo y hace calor»

«Iré cuando termine»

El hombre movió la cabeza y volvió a hundirse en la lectura. Un cuarto de hora más tarde, Emma estaba echada sobre una de las tumbonas del jardín, disfrutando del sol. Cerró los ojos y pensó en su conversación telefónica con Regina. Casi hacía una semana que cada noche la morena le decía palabras picantes y subidas de tono sin nunca tener tiempo de llegar al final de la conversación. Eso volvía a Emma loca de deseo y su cabeza se llenaba de imágenes de ella y de Regina haciendo el amor. La morena adoraba jugar con ella y debía confesar que también le gustaba. Cuántos más días pasaban, más ganas tenía de ella, pero durante sus entrevistas en el locutorio no podía tocarla, y eso comenzaba a pesarle de verdad...

Por la tarde, Emma se dirigió al locutorio. Como los días anteriores, pasó por el puesto de vigilancia para que le diera el pase de visitante y se sentó en la mesa de costumbre. Regina apareció, con la sonrisa en los labios al ver a su compañera. Se abrazaron y se besaron antes de sentarse

«Emma, ¡estás magnífica! Me gusta mucho ese vestido»

«Gracias, lo compré cuando me fui de compras el otro día, ¿estás segura de que me queda bien?»

«Oh, claro que sí»

En efecto, el vestido de la rubia tenía un escote bastante pronunciado que remarcaba el generoso pecho de Emma. Regina no pudo separar sus ojos de los pechos de su novia y no deseaba sino una cosa: poder tocarlos y besarlos. Totalmente absorta en lo que estaba viendo, no escuchó a Emma que intentaba más mal que bien llamar su atención

RenacimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora