5. Un solo boleto para tres viajeros

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Las calles atochadas de vehículos y transeúntes marearon a Anne con tan solo aparecer ante sus ojos. No estaba acostumbrada al murmullo constante de las ciudades. Al bajar del taxi, se había sentido terriblemente sola. ¿Dónde estaban los dos chicos invisibles?

- ¿Qué tal? – dijo alguien tras ella.

- ¡Owen! - gritó asustada, y luego se tapó la boca.

Owen y Donnell aguantaron la risa y se descubrieron ligeramente de la capa, lo suficiente como para mostrarle sus rostros. Anne le dio un manotón en el hombro y les preguntó sorprendida de dónde habían salido.

- Pues viajamos en el taxi contigo- respondió Donnell, subiendo los hombros- En el techo.

- Es bastante sencillo, una vez que te acostumbras- le dijo Owen- Viajamos siempre que podemos sobre los autos, lo importante es llevar la capa de invisibilidad y mantener el equilibrio. Es como surfear.

-Entonces- habló Anne- Necesitamos otro taxi para llegar al aeropuerto ¿Puedo intentar ir arriba esta vez? – preguntó ilusionada, con voz suplicante y con una mirada que pretendía ser infantil, que lo único que hizo fue poner a Owen nervioso. Bastante nervioso y algo sonrojado.

- Claro que subirás. Dentro de la cabina, como cualquier ser humano.

- Pero soy mestiza- le corrigió Anne, haciendo un puchero.

- Por ahora es mejor no pensar en eso- añadió Donnell- Aún estamos en territorio peligroso. Y no tenemos otra capa con la que cubrirte. Acto seguido ambos se volvieron a cubrir con las de ellos- Además- dijo con voz cantarina- ¿Cómo vas a subir a un taxi sin hacerlo parar antes?

Anne asintió y aferró bien su mochila a su espalda y su maleta con la mano izquierda. Estaba a punto de levantar su brazo para detener a un taxi que se aproximaba un par de cuadras más al sur cuando el grito de Donnell se hizo oír por sobre el barullo de la ciudad.

- ¡Corran!

Tres espectros se habían materializado desde el edificio más oscuro de la vereda de enfrente. Eran amorfas, no tenían la forma humana que acostumbraban a mostrar, pero Anne supo que eran igual de peligrosas que las demás. Los tres jóvenes corrieron tan rápido como podían, agradeciendo que el poco tráfico de gente les permitía moverse con mejor soltura por la vereda, aunque, por otro lado, la noche era el mejor momento para que espectros como esos hicieran de las suyas.

Anne nunca había corrido tan rápido. Ni siquiera para huir de algún perro rabioso o de algún matón de su colegio. Se sentía liviana, ágil, veloz y poderosa. Pero muy asustada. Los dos elfos que corrían pocos metros delante de ella se dirigieron a un callejón entre dos edificios. Anne los siguió sin dudar y sin voltear a ver a sus captores.

Donnell había comenzado a subir por la escalera de incendios, mientras Owen esperaba a Anne, para tomar sus bolsos y alivianarle la carga. Anne subió de un salto y empezó a subir sin siquiera mirar donde ponía los pies. Owen la siguió de cerca hasta que Anne se paró en seco.

- ¿Qué hace? – le gritó, cuando lo vio subir al techo mismo del edificio y seguir corriendo sobre él. Y no porque Donnell se dejara ver, sino que apenas había notado unos zapatos moverse bajo el manto invisible. Owen la instó a seguir su ejemplo e hizo lo mismo.

Cuando logró subir al techo, casi de manera impecable, Donnell le gritó:

- ¡Necesitamos más luz! ¡Corre hacia el claro que da la farola de la calle!

Justo cuando Owen había llegado con infinita facilidad, las sombras habían subido hasta estar frente a frente. Una de ellas le agarró el pie e intentó tirarlo hacia abajo. Anne metió la mano a su bolsillo y sacó su celular. Les tomó una foto con el flash a toda potencia y mágicamente se desintegraron, una a una. Owen terminó de subir y sonrió con una sonrisa tonta y alegre: seguía vivo.

I. El Guardián de la GemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora