Mucho antes de la pelea de Keeva y Alice, mucho antes de que a Mahony siquiera se le ocurriera enseñarle a Anubis cómo cabalgar, el rey ya había preparado a sus soldados para salir a marchar y encontrarse con el ejército enemigo.
Las armaduras doradas y las espadas de acero brillaban con fuerza bajo el sol naciente y desde las últimas ventanas del castillo, en las torres más altas, parecían un montón de monedas de oro sobre la nieve. Algunos guerreros ni siquiera usaban armadura y marchaban con el torso descubierto y pintado, fieles a sus herencias celtíberas, sin importarles en absoluto el frío o la luz del sol reflejada en la nieve. Eveleen los observó alejarse desde su balcón en lo alto, acompañada de su madre la reina.
- Los elfos dicen siempre que los humanos son seres complicados- dijo Skye con una voz suave y delicada, como si Eveleen fuera un bebé que podría despertar con el menor ruido- Pero a veces no veo muchas diferencias entre ambas especies. ¿Por qué, a pesar de todo lo que significa una guerra, a veces siento que les provoca placer pelearlas?
La princesa no contestó, cerró la ventana y murmuró unas oraciones. Miró a su madre, que a pesar de todo el alboroto que se había formado en el castillo, seguía igual de tranquila e imperturbable.
- ¿No estás preocupada, madre? ¿Crees ciegamente en que padre estará bien? ¿Y mi amado?
- He vivido cientos de años, Eveleen, y no he conocido mejor guerrero que tu padre. Y si bien ya no poseo poderes para protegerlo o vaticinar su futuro, de alguna manera sé que estará bien.
A veces Eveleen olvidaba que la reina era un hada, porque no era muy diferente a los elfos. Ella misma no se sentía como una mestiza, pero claramente eso no era importante ahora. Asintió con un suspiro débil y siguió a la reina para poder rezar apropiadamente en el altar del palacio junto a los demás cortesanos.
Mientras tanto, los drows avanzaban confiados en la victoria, guiados al frente por el rey Ciarán, que montaba gallardamente su enorme caballo gris, engalanado también con una armadura negra lustrosa. De vez en cuando, sus soldados se encontraban con verracos protectores en el camino y no dudaban en hacerlos trizas, burlándose de los elfos mientras guardaban los trozos de pierda para lanzarlos más tarde. No habría protección ni celestial ni terrenal que los salvara ahora, estaban seguros.
La Región Silenciosa era, para la gran mayoría de las personas y criaturas de Emenlor, una región prohibida. Y aunque no había ninguna ley que explícitamente prohibiera a la gente a acercarse ahí, nadie iba voluntariamente. Se decía que tras los oscuros bosques que la separaban del resto del país, las almas de los caídos en las pasadas batallas entre drows y elfos aún lloraban sus dolorosas muertes y que no dudaban a atacar a cualquier ser vivo que los molestara. Otros decían que los drows solían salir de noche a atrapar a los viajeros perdidos y los usaban para viles experimentos de magia negra, por lo que, de cualquier forma, ninguna persona que fuera a ese lugar volvía jamás. Cada madre o bardo cantaba sobre cómo Trolls, ogros y coin-síth se alimentaban de cualquiera que osaba a acercarse siquiera. Las únicas personas que salieron ilesas de aquel lugar han sido Fearganainm- por sus tratos con la reina Aoife- y Alice, que hace muchísimos años estuvo ahí, pero la joven bruja nunca hablaba de eso.
Aquel lugar misterioso recibía ese nombre porque no pasaban muchas cosas realmente sobre la tierra, puesto que la vida drow bullía enérgicamente bajo ella. Como era una llanura vacía, parecía el terreno perfecto para luchar sin dejar demasiados efectos colaterales en Emenlor, pero era entrar de lleno al territorio de las criaturas subterráneas, cosa que los drows aprovechaban al máximo.
Y no solo eran los bosques oscuros los que los separaban del resto, también un enorme precipicio que daba la impresión de que el país se dividía en dos, por entre aquella feroz fisura de la tierra, las aguas cristalinas del Río Silencioso volvían al mar y había leyendas de que merrows, kelpies y sirenas vivían ahí en paz, porque ningún humano u elfo osaba llegar a esas profundidades. Los barcos tampoco se acercaban ahí, así que era un lugar del que poco o nada se conocía. Por razones obvias nunca nadie se había preocupado de crear un puente que conectara de forma más corta las tierras que el precipicio separaba, pero se decía que las columnas de basalto que ahí había eran obra de los gigantes que hace ya mucho tiempo no se veían con tanta frecuencia. La gente de Emenlor no tenía manera de conocer la Calzada de los Gigantes de Irlanda del Norte, pero de haber podido, se abrían reído pues, la suya era más ancha, más alta y mucho más imponente. Algunas columnas, además, eran rojas muy brillantes, porque las leyendas decían que la sangre derramada en pasadas batallas aún no terminaba de secarse.
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I. El Guardián de la Gema
FantasySi bien no es la mejor alumna de su clase, Anne Torres conoce la mitología universal casi a la perfección. Es la única chica que eligió la clase de esgrima como deporte opcional y la única que prefirió estudiar el gaélico por su cuenta antes de ten...