26. Muchas cosas pasan bajo tierra

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Los enanos no habían perdido ni un solo segundo luego de capturar a Anne y sus dos compañeros. Tan hábiles y proactivos eran para trabajar el metal como para cumplir las órdenes que los drows les habían encomendado: atrapar a la Gema con vida y avisarles automáticamente. Para ello, habían elegido a dos adolescentes: Fjellet y Stål, montando en los topos de nariz estrellada más veloces que tenían para recorrer los túneles de roca hasta dar con la caverna de los guardias drows, con los que mantenían una comunicación tan fluida como lo permitían aquellos recovecos de minerales variados cubiertos con estalagmitas y estalactitas por doquier.

El pelaje de los topos era pardo y muy áspero, sus garras enormes lo suficientemente fuertes y afiladas para cavar en los cimientos más duros y sus hocicos provistos de tentáculos tan certeros que podían tragarse un ratón o un topo normal en cosa de segundos. Las criaturas de la superficie desconocían totalmente la existencia de aquellos extraños mamíferos que con su metro y medio de altura y casi dos de largo eran el transporte ideal para los enanos más agiles encargados de llevar mensajes en el submundo.

Apenas habían encerrado a los prisioneros en las extrañas jaulas que usaban como celdas, los dos mensajeros habían partido raudos sobre sus lomos, esperando que todo lo que ahora hacían por los elfos oscuros, o dökkálfh como les llamaban en su idioma, les fuera recompensado como correspondía. Esa había sido su principal razón para abandonar el apoyo que siempre les habían brindado a los liósalfar; nunca los tomaban en cuenta para nada. Los consideraban inferiores en su rol de artesanos del metal y de habitantes subterráneos, cosa que los drows entendían perfectamente. Ambas razas se alzarían camino a la gloria que les había sido arrebatada.

- Hermano Stål ¡Te reto a una carrera! – vociferó Fjellet varios metros después de haber perdido de vista la caverna por la que habían salido, cuidando de que los mayores no los vieran ni oyeran comportarse como simples muchachos. La barba de ambos sobrepasaba el mentón apenas unos centímetros y sus manos aún no tenían los suficientes callos ni durezas para considerarles ni mineros ni herreros con experiencia. Pero eran por lejos los que mejor se entendían con los topos y no tardaron demasiado en entender sus secretos.

- ¡Tres monedas de oro para el ganador y un hurón escabeche para su topo! - contestó el otro, animado.

Y ambos animaron como pudieron a sus animales para recorrer los túneles lo más rápido posible.

Tardaron menos de una hora en encontrarse con una pareja de guardias drow, que jugaba desanimada a las cartas alumbrados con un par de velas de cera. La luz que entregaban no era mucha, pero tampoco la necesitaban. La vista de la gente de su raza estaba ya más que habituada a la oscuridad y la penumbra y no necesitaban mucha iluminación para ver con claridad sus cartas y al par de enanos acercarse a lomos de aquellos extraños topos.

Stål, que llegó primero, fue el primero en hablar.

- Saludos, compatriotas del submundo- se aclaró la garganta antes de seguir- Tenemos noticias importantes que queremos que les compartan a nuestra reina.

Los guardias se miraron entre ellos, confundidos. Se levantaron de sus asientos de madera vieja y esperaron, expectantes a que Fjellet llegara también. De pie, derechos, seguían siendo más altos que los dos enanos en lomos de sus topos gigantes, que no se dejaron amilanar por las diferencias de altura.

Fjellet, internamente molesto por su derrota en la carrera para encontrarse con esos guardias, tomó la palabra antes de que su compañero prosiguiera.

- Esta mañana hemos capturado a la gema y a sus dos acompañantes. Están en nuestro calabozo, esperando.

Los guardias se miraron, extrañados.

I. El Guardián de la GemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora