23. Agua y Fuego (Parte I)

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Owen estaba sumamente preocupado por Anne. No era la herida ni la sangre que emanaba de su pierna, la que no podía dejar de ver mientras avanzaban, ni que probablemente la pobre chica ni siquiera había alcanzado a "ir al baño" lo que ofuscaba su mente. Lo único que su memoria se esmeraba en mantener en su mente era el ver a Anne luchando fiera y segura con aquel drow, supiera Lúgh donde estaba ahora el pobre quemado... Sabía que debería sentirse feliz y orgulloso de que su protegida, casi su pupila en el arte de la espada se sintiera tan capaz de luchar y que, además, a pesar de ser una principiante fuera tan hábil y diestra. Pero no podía. Era talentosa, sí, pero no lo suficiente como el mejor guerrero ni de su bando ni del contrario. Y si en algún momento por lo pronto se llegaban a encontrar con aquel espadachín sin rostro y nombre, pero de raza conocida no podía asegurar que Anne saldría triunfadora. Ni siquiera podría jurarse a sí mismo que saldría ilesa. Tenía que ser realista. Si Anne moría, la esperanza de la resistencia élfica moriría con ella ¿De qué otra forma sin ella podrían asegurarse de cerrar de forma segura los portales?

Había una manera, de hecho, que una criatura de linaje puro saliera y concibiera un hijo con un humano, tal como el padre de Anne había hecho. Pero la historia de Alma y Dag era tan maravillosa, tan improbable y casi poética que Owen solo podía asegurar dos cosas: una, que Anne era como un designio de los dioses para ser la encargada de ponerle punto final a la contienda y dos, que en el intertanto en que alguien como un elfo, dríade o enano sale, se enamora, es correspondido, tiene un hijo bendecido sin saberlo por el poder omnipresente del Druida y este hijo crece lo suficiente para ser entrenado y llevado ante el portal bien podrían estar todos muertos. No había que arriesgarse a nada.

Si algo le pasaba a Anne, Owen moriría. No era una hipérbole romántica aquello. O lo mataba el rey en persona o bien un esbirro de los drows. Y no sabía cual era peor. ¿Podría decidir su destino si eso llegaba a pasar? ¿Entrar voluntariamente a un nido de dragones para ser muerto y comido por grandes reptiles?

-Y luego, básicamente, nos subimos a los caballos ¡y aquí estamos charlando y cabalgando en medio de la noche! – rio Anne terminando su relato, el cual solo Donnell había escuchado.

- ¿No escuchaste nada de lo que dije? – preguntó Anne, seria en absoluto y con una mirada acusadora que Owen prefirió evitar. La punta de sus orejas puntiagudas de combinaron con su pelo en un par de segundos. Anne había estado contando cómo había encontrado al pequeño dragón- que de por sí era un relato digno de oírse- y él solo había estado pensando en qué pasaría si ella moría. Que buen compañero era.

-Ya sabes lo que dicen- anunció Donnell, feliz como siempre- "El silencio otorga".

- ¿Sabes qué haré? – preguntó Anne con la solemnidad de un padre dispuesto a castigar a su hijo de manera ejemplar- No importa lo que quieras decir, Owen McMagaha...- Anne no dejó que la imposibilidad de pronunciar adecuadamente el apellido del elfo interrumpiera su sentencia, por lo que se aclaró la garganta y adelantó a su caballo para interrumpir el recorrido del pelirrojo- No voy a escucharte en lo que queda de noche. A ver si aprendes modales.

La cara seria, ligeramente avergonzada del elfo se desencajó en una mueca de sorpresa en estado puro. Donnell no hizo más que reír y seguir el trote enérgico que Anne había comenzado. Owen necesitó unos segundos para retomar la compostura y ordenarle a su yegua que siguiera a la pareja. ¿Cómo era posible que su protegida lo regañara? ¡Un castigo! Owen ni siquiera se fijó en lo infantil del escarmiento de la chica, solo en el hecho inaudito que fuera ella quien lo acriminara y no él. ¿Era posible? ¿Se había visto antes? La gran nube negra que tapó la luna fue la mejor amiga de Owen esa noche, impidiendo que los demás vieran el color colérico de sus mejillas pecosas.

I. El Guardián de la GemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora