Capitulo 32

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Ya era tarde para cualquier cosa de lo que tuviera que arrepentirme, el amor había llegado a mi puerta aunque probablemente yo había llegado a la suya —a la de Carlo— pero no entendía exactamente en que lugar quedaba Dan porque a decir verdad, no ...

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Ya era tarde para cualquier cosa de lo que tuviera que arrepentirme, el amor había llegado a mi puerta aunque probablemente yo había llegado a la suya —a la de Carlo— pero no entendía exactamente en que lugar quedaba Dan porque a decir verdad, no dejaba de pensar en él, no podía evitar sentir que algo había surgido entre nosotros desde el primer día y los días posteriores a este.

De algo estaba segura. El amor era absurdamente confuso. En un momento te hacía sentir bien y al otro te hacía desilusionarte de ti misma. Tal vez solo era atracción lo que Dan y yo sentíamos, tal vez Carlo sentía lo mismo —simple atracción— por mi, ¿pero como iba yo a saberlo si a las únicas personas que he amado, son a mis padres? Probablemente sea eso, por los dos siento algo; la diferencia es que con uno me siento más abierta, más libre como con mi mamá y con otro me hundo en mi propia desilusión, pensando dos veces las cosas, como con mi papá.

Llegamos a la residencia estacionándonos y bajando nuestras pertenecías. Mi sonrisa es de orgullo mientras entro a la casa con mis dos manos lo suficientemente llenas de bolsas de ropa y zapatos. La sorpresa fue que —al llegar arriba— mis maletas estaban fuera de la habitación en donde me estaba quedando.

—¿Pero qué...? —logré musitar.

Una nube de confusión nos llenó a mi y a Carlo, haciéndonos bajar las bolsas al suelo.

—¡Pero que mierda! —exclamó Carlo, abriéndose paso para abrir la puerta de la habitación y tratar de entender que pasaba.

La puerta del cuarto principal se escuchó abrirse y cerrarse. La señora Ferrer apareció con una sonrisa cínica.

—Oh, ya llegaron —miro el desorden de las bolsas en el suelo —. Bueno, no sé dónde vas a poner todo eso, porque está habitación estará ocupada por un rato.

—¿Qué? ¿De que hablas mamá? —preguntó Carlo incrédulo.

No podía creer que esta mujer me estaba corriendo.
Literalmente.
Me. Estaba. Corriendo.
Mis mejillas probablemente ya estaban echando lumbre, pero la confusión revivió al ver salir a una chica del cuarto principal. Sus largas piernas se apresuraban a llegar hasta donde nosotros, a simple vista podía decir que era una modelo de revista o de alguna marca de ropa famosa, por su perfecto y liso cabello rubio. Miles de preguntas surgían en mi mente ¿está quién es? debía ser alguna lagartona amiga de la víbora de la señora Ferrer.
Esa pregunta se aclaró enseguida cuando ella se siguió de largo para sonreírle a Carlo, dar un chillido y colgarse de él en un abrazo.

Carlo palideció por un segundo, poniéndose tenso pero enseguida reaccionar y poner una mano en la espalda descubierta de la mujer. Solo lo hizo por cortesía. Pensé. Carlo no quería mirarme, solo miraba a su mamá, yo no quería mirar a la señora Ferrer, y mucho menos a esa misteriosa mujer que —si se estiraba solo un poco más— se le vería su ropa interior, si es que traía.

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