Cero palabras

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Bajo las cobijas de la cama, palpé cada centímetro de mi cuerpo en buscas de cualquier anomalía. Era como buscar algo a ciegas ya que no veía absolutamente nada, pero me negaba a salir bajo la manta, e incluso fuera de ellas dudaba de que pudiera conseguir ver algo con claridad.

Ese día desperté en mitad de la noche sobresaltado, no había soñado, o al menos eso recordaba, pero al despertar recordé aquella reluciente sala blanca y el doctor que pretendía examinarme. Me acordé de cómo perdí el conocimiento por algo que me inyectaron y desde ahí mis recuerdos se volvían nulos. Volví a llorar en silencio por quinta vez en ese día, era lo único que podía permitirme; llorar y llorar.

Pasando las horas me atreví a sacar la cabeza después de la falta de oxígeno que había bajo mi búnker no impenetrable. Me sentía más seguro bajo él, pero también era consciente de que sólo era una manta. Aún así, era mi único soporte en esta habitación desolada. Y mientras me perdía en mis pensamientos y recuerdos que sólo conseguían dañarme más, escuché un ruido fuera de la habitación. Rápidamente me incorporé y observé asustado como la puerta era abierta y alguien pasaba dentro con algo entre sus manos.

Con la manta encima, bajé de la cama y caminé lentamente hasta la persona que hubo entrado. Parecía un chico, quizás no más mayor que yo, bastante bajo, delgado y con el cabello negro como el carbón. Cuando alzó la vista para mirarme, vi unos enormes ojos que hacían sombra a los míos y unos carnosos labios que poseía y resaltaban mayormente en su rostro. ¿Quién era? ¿Y por qué no transmitía lo mismo que los demás?

Sin decir una palabra, el chico dejó una bandeja en el suelo y descubrí que se trataba de comida.

— ¿Quién eres? —me atreví a preguntar, pero el chico bajo no dijo nada, simplemente se dedicó a dejar en el suelo toda la comida que hubo traído; pretendiendo llevarse de vuelta la bandeja, pero no podía dejar que se fuera. Actuando rápido y guiado por mis impulsos, me tiré sobre el chico que impactó fácilmente contra el suelo y conmigo encima— ¡Sácame de aquí! ¡Ayúdame! —le grité en el rostro mientras que él intentaba inútilmente apartarme.

El guardia que hasta ahora se había encargado de llevarme de un lado para otro con la cabeza oculta, entró al escuchar mis gritos y, con la misma facilidad que hice impactar a ese chico, lo hizo él conmigo; cayendo de espaldas al recibir un fuerte empujón. El chico de ojos grandes y baja estatura se levantó con ayuda del guardia y salió algo asustado cuando el otro le dio permiso.

— ¡¿Qué pretendías, mocoso?! —gritó en mi dirección mientras se acercaba y yo tan sólo pude ocultarme bajo la manta a temblar y esperar a recibir una paliza, pero lo único que sentí fue una patada. Al no recibir nada más, asomé un poco la cabeza y lo vi recoger la bandeja para luego salir y cerrar de un fuerte portazo.

Permanecí en el lugar por varios segundos largos, siendo consciente de la escena que había montado en un momento. Observé lo que era mi comida toda esparcida por el suelo, no había comido prácticamente nada desde que aparecí dentro de esta habitación y si no fuera por la amabilidad del chico que se encontraba al otro lado del agujero –que compartió conmigo un trozo de carne que le trajeron– no habría tenido ni la energía para dar un paso.

Me deshice de la manta y gateé hasta los restos y comencé a comer directo del mugriento y húmedo suelo. Jamás pensé que llegaría a un extremo como éste, sin embargo, mi estómago ansiaba ser rellenado aún con lo mínimo. Sin más dilación, recogí cada trozo esparcido, cada migaja de pan y la llevé a mi boca. Me apresuré a recoger el vaso de plástico que también fue volcado y bebí las últimas gotas de agua que quedaron dentro. Insatisfecho, mojé las yemas de mis dedos por el charco que se iba secando y los lamí rápidamente; repetí el mismo proceso varias veces.

18m² [JiKook]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora