Todo sea por aprobar

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- ¿Disculpa? - preguntó Hunter subiendo unas octavas su tono de voz.

Santana colocó una mano en su frente y comenzó a caminar por círculos en el pasillo.

- Ya lo dije - respondió elevando las manos frustrada - Quiere que le ayudemos a ver a su hija, antes de denunciar a la madre.

Hunter siguió sus pasos con la mirada, haciendo que un pequeño silencio se instalara entre nosotros.

- ¿Qué carajo? - chillé harta del día de hoy, llamando la atención de los dos.

Santana me dirigió una mirada asesina, mientras él reía.

La puerta se abrió nuevamente, con otra cara de sorpresa y horror, pero esta vez era la de Quinn.

- Dijo que tú y yo debemos hablar - susurró señalando a la joven morena.

- No es momento, Quinn - contestó bruscamente.

La habitación estaba en una situación tensa. Todos caminaban en círculos, haciendo que mi cerebro no pudiera asimilar la información. Crispando cada nervio de mi cuerpo.

¿Mi profesor tenía una hija? ¿No se la permitían ver? ¿Iba a levantar una denuncia?

- Ah, basta de drama - grité mientras abría la puerta y me encontraba con un cuarto realmente desordenado.

Había ropa por el suelo, restos de comida, una mancha que no sabía distinguir si era cerveza u otra cosa que no me quería imaginar. Por no mencionar el sostén que daba vueltas en el ventilador.

Sacudí la cabeza, dándome cuenta de que Fitz me miraba con una cara entre confusión y sorpresa.

- Hola, Clarissa - exclamó dibujando una sonrisa en su rostro.

Me acerqué dando lentos pasos torpemente y me senté en la silla que se encontraba al lado de la cama.

Por si la cuestión no era incómoda, todos me miraban detrás de la puerta.

- ¿Así que una hija? - pregunté enarcando una ceja.

Él se acomodó irguiéndose en su lugar, mientras asentía con la cabeza.

Su cabello revuelto, era de un color oscuro tan profundo que se parecía al de Katherine.

- No me llame Clarissa. A estas alturas me tendría que llamar Clary.

Fitz apartó la vista avergonzado.

Incliné la cabeza en un gesto, en el que invitaba a Hunter a pasar a la habitación. Él se cruzó de brazos, mientras podía ver que tenía todos sus músculos tensionados.

Atravesó el cuarto, con la mandíbula apretada y se sentó a mi lado. Me tomó la mano que descansaba sobre mi pierna y me sonrió.

- Patéticos - susurró Quinn mientras se daba la vuelta y bajaba hacia la cocina junto con Santana.

Hasta que no desaparecieron, el profesor canadiense las siguió con la mirada, para finalmente, encararnos.

Carraspeó.

- Hace unos dos años, cuando seguía viviendo en Canadá, conocí a una hermosa mujer. Fingía ser tímida, pero sabía que no lo era. Estaba loca, realmente loca.

Se detuvo, mientras... ¿Sonreía?

- Su locura me conmovió y al conocerla profundamente me di cuenta de que poco a poco comenzaba a apreciarla más. No queríamos apresurarnos, pero sentíamos como si ya nos conociéramos de antes. Como si hubiera una conexión que nos llamaba. 

No pude evitar dibujar una sonrisa. Recuerdo cómo se sentía cada vez que veía a Jace, como si fuera el indicado y cada día lograba tener una parte de mi corazón. Pero temía que lo rompiera con la misma facilidad que se rompe el papel. Con la misma facilidad en la que me volví a sentir una chica de papel.

Sacudí la cabeza. Me estaba perdiendo en mis pensamientos, y no estaba prestando atención a la historia. No debía pensar en Jace. No de ese modo. Ya no más.

- Pero, lamentablemente, los resultados de sus estudios empezaron a empeorar. Tenía ataques de pánico y pronto olvidaba todo lo que había pasado. Era díficil lidiar con eso como si fuera algo de todos los días, pero la amaba tanto que estaba dispuesto a sobrellevarlo. En un segundo estaba tranquila y al rato destruía lo que estaba a su alcance. Un día, cuando llegué a la casa donde vivíamos, encontré todos los libros de la estantería en el suelo, el placard abierto junto con toda la ropa desordenada, los vidrios de un marco con nuestra foto y el cuadro de la pared rayado, como si hubiera rascado la pintura. Me acerqué lentamente mientras dejaba las llaves en la mesa de luz. Extendí el brazo para abrir la puerta del baño y me encontré con una prueba de embarazo.

Mi aliento se contuvo y miré a Hunter. Tenía una mano bajo el mentón y oía atentamente la historia con los ojos abiertos como platos. Tragué saliva, mientras volvía la mirada a mi profesor.

- Estuve por horas buscándola, hasta que llegué a un pequeño bar. Y la vi en una punta, con todo el maquillaje negro esparciéndose en sus mejillas con algunas lágrimas. Me acerqué rápidamente. Estuvimos hablando hasta que el bar cerró. La convencí de tener al bebé y no darlo en adopción. Durante meses era lo que más la emocionaba. Solía pasarse días leyendo libros para padres primerizos, aprendiendo a tejer y charlando conmigo acerca de nombres. Pero, luego de que haya pasado mucho tiempo desde su último ataque de pánico, empezó a gritarme que no sería un buen padre porque me la pasaba todo el día trabajando afuera. Ella decía que prefería tener una casa humilde y pasar tiempo en familia, pero sentía la necesidad de darle lo mejor. Tú sabes como se siente - le murmuró a Hunter.

- Te entiendo - dijo él rodeándome con su brazo y dedicándome una sonrisa, mientras pegaba su nariz a mi mejilla.

El profesor nos miró durante unos segundos, con ojos soñadores. Como si le recordáramos el pasado. Odiaba ese sentimiento. Prefería que el pasado se quedé atrás, donde pertenecía.

- Y continúa... - dije, luego de que su mirada haya empezado a dar miedo.

Asintió lentamente mientras se erguía.

- Un día desperté temprano para ir a trabajar, y ella había desaparecido. Toda su ropa ya no estaba, sus fotos, sus pertenencias. Como si la hubieran borrado de la historia. Intenté llamarla miles de veces, pero siempre me mandaba al contestador. Y entonces, en una llamada que levantó, contestó una voz masculina. Pronto le arrebató el teléfono y volví a oír su voz. Dijo que no quería volverme a ver, que estar conmigo la hacía loca. Como si perdiera su cabeza cada vez que estaba conmigo. Dijo que iba a tener el bebé con él y que no quería que la volviera a llamar.

Pestañeé varias veces, como si no pudiera creerlo.

- Eso es horrible. Tú nunca serías un mal padre. Eres el profesor más comprensivo y paciente que he conocido - murmuré levantándome molesta de mi asiento.

Hunter sacudió la cabeza.

- Como sea, ¿por qué crees que te ayudaríamos? - preguntó frunciendo el ceño.

Fitz sonrió.

- Tal vez te podría hacer salir del apuro en mi materia.

Mi novio saltó de su silla como si un niño hubiera dicho algo inapropiado.

- Me gusta este tipo - me dijo haciéndome soltar una risita - Trato hecho.

Extendió una mano y Fitz la estrechó amablemente.

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Para que sepan, este capítulo será clave para otra de mis novelas.

Gracias por leer,
Besos.

Chica de PapelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora