Más lengua que cerebro

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En cuanto mis pies aterrizan en el firme suelo, una vibración recorre todo mi cuerpo. El fuerte impacto, me produce la misma sensación que una corriente eléctrica. Desde mis talones hasta el último nervio de mi cabeza.

Mi corazón, aún endulzado por la escena del amor entre padre e hija, toma un camino que se ve transitado por más que una emoción. Más que un simple sentimiento sencillo de describir.

Todos los sentimientos distribuidos de manera estructurada y uniforme en mi corazón, presionan unos contra otros para lograr expandir su lugar e importancia.

Siento la sangre hirviendo a una temperatura tan dañina, como la del sol, en mis venas. Sin necesidad de pensarlo mucho, sé que la ira está intentando tomar el control, que está logrando domar todo mi ser. Y me preocupa. Me preocupa porque no sé cómo será mi reacción cuando logre asimilarlo. No lo sé porque nunca antes había expresado mis sentimientos a los demás. Siempre los había guardado en mi interior, aunque algunas veces fuera como clavarme astillas en el pecho a mí misma.

Hunter me toma la muñeca y la roza delicadamente con la yema de sus dedos. Enseguida, me doy cuenta de que mis manos están blancas debido a la fuerza con la que estoy apretando los puños. Los relajo a la vez que cierro los ojos e inspiro una bocanada de aire, intentando relajarme y equilibrar el caos interno.

Echando un vistazo a mi alrededor, me encontré nuevamente con la, aún asesina, mirada de Quinn. Esta vez, iba acompañada por una diabólica sonrisa en la que contrastaban, perfectamente, sus blancos dientes con el labial carmesí que tanto la representaba. Santana había adquirido un tono tan pálido, que parecía anormal en su piel morena, mientras me contemplaba avergonzada. Probablemente me había perdido de una charla que la afectó, ya que el rostro de Santana absorbía esa expresión cuando no estaba de acuerdo con lo que Quinn proponía.

Hunter me sacudió la muñeca, devolviendo mi mente a la realidad a la que pertenecía.

- Vamos, iremos a casa - murmuró dulcemente, haciéndome saber que era una de las pocas personas que conocí en toda mi vida, que se interesaba por mi bien más que el propio.

Él se dirigió hacia el auto, luego de haber besado mi mano, e ingresó en la puerta del conductor mientras encendía el motor.

Sentía mi cabeza dar vueltas en sí, todos mis instintos despiertos bajo la superficie de mi piel, capaces de actuar en nombre de mi mente y contra la voluntad de mi cuerpo y mi moral sellada de manera indeleble.

El amargo cuchicheo entre Quinn y Santana, que podía oír tras mi espalda, provocaba fuertes escalofríos en mi nuca, que se extendían por toda mi columna vertebral helando hueso a hueso.

Conocía esa estrategia, tan utilizada por las animadoras, para quebrar el interior de sus víctimas, cual cristal chocando con el suelo. "Perverso susurro", era el nombre por el cual solían identificarla, aunque yo la apodaba "Más lengua que cerebro". Consistía en elegir a una persona como punto, y torturarla con falsos rumores que llegaban a los oídos de esta y destruían su vida, haciéndola encerrarse en sí misma, ahogándose en un mar de lágrimas y soledad.

La conocía. La conocía tanto por verla con frecuencia, como por sufrirla.

- Es simple. Solo piénsalo por un instante - susurró Quinn - Nuestra virgencita dejó caer su manto blanco, para demostrarnos si lo que escondía valía la pena, ya que estaba oxidado por sus inexistentes exhibiciones. Pero, luego de perder su pureza, dio un brusco giro en su insignificante vida. El mareo, los vómitos, la irritabilidad, la melancolía y... de repente, un abdómen que el equipo rechazará.

Inconscientemente llevé una mano a mi vientre, frunciendo el ceño, al analizar lo que decían. Era imposible que fuera cierto. Hunter me había jurado que utilizó protección; y sabía que debía confiar en su palabra, pero en este momento no me bastaba.

Sacudí mi cabeza, solo estaban intentando fastidiarme como siempre. Y lo peor era que me estaba dejando influenciar por sus estúpidos susurros.

No podía estar embarazada. No entraba en ningún plan del presente. Si no podía protegerme a mí misma, ¿Cómo cuidaría a un bebé?

- Señores y señoras, - anunció Quinn, haciendo altavoces con sus manos - sabemos quién no se lleva el premio de Miss Castidad, pues sus manos estarán ocupadas cargando un bebé. Guardemos un minuto de silencio, por la difunta virginidad de la heroína.

Ella aplaudía estrepitosamente, mientras mi cerebro no podía detener su análisis e hipótesis, enumerando uno por uno los puntos en los que las ideas de Quinn podían no estar equivocadas.

Las pruebas parecían apuntar a aquella situación. Tenía un retraso en mi período, y no lo relacioné con el hecho de que perdí la virginidad. Mis cambios de estado constantes, la ira que acarrea a mi ser, logrando manejarme cual inerte marioneta. Las deportivas, que el hecho de haberlas ensuciado al vomitar, me provocaba nuevamente náuseas.

Toda mi vida se vería afectada si estuviera embarazada. Empezando por mis padres. No sé qué pensarían de mí, probablemente se decepcionarían de su hija. ¿Cómo se lo diría a Hunter? No sabía cuál podía llegar a ser su reacción. Podía abandonarme o simplemente desaparecer del mapa sin dejar rastro alguno.

Hunter tocó la bocina, llamándome para irnos. Me volteé una vez más, para ver la expresión burlona en el rostro de Quinn. Santana se limitaba a observar sus zapatillas, sin dar opinión alguna.

Estaba mordiendo mi labio con tal fuerza, que comencé a sentir el sabor de mi propia sangre en la boca. Mi vista se había convertido en una mancha borrosa debido a las lágrimas, que mis párpados se esforzaban por no dejar escapar. Una brisa me envolvió el cuerpo y enseguida rodeé mis brazos con las manos.

Me acerqué trotando al auto. Solo quería escapar de esa ridícula idea, pero mi cerebro no paraba de repetirme y recordarme que todo era posible. Cerré fuertemente la puerta del auto y emprendimos el regreso a mi casa.

Antes de llegar, me detuve en una farmacia.
No podía creer que estuviera haciendo esto, cayendo rendida en un juego macabro de susurros y rumores...

Chica de PapelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora