Mi propio manual

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Cualquier persona con una mínima pizca de sentido común, se preguntaría qué hacen dos adolescentes arrojándose restos de, lo que habría sido, una tarta de chocolate, en una habitación de peligrosas paredes blancas.

Pues déjenme explicarles que al cabo de 5 minutos de haber cortado la llamada, y haberle lanzado miradas asesinas a Kim, no se le ocurrió mejor idea que proponer ir por otra torta de chocolate. Y entonces decidí que no desperdiciaría  lo que quedaba de la primera, y fui quien alentó a la guerra de comida.

- Bien, ¡Alto! - gritó ella deteniéndose tan abruptamente, que sentí como si se hubieran parado los latidos de mi corazón.

Se restregó los ojos, quitándose la crema de ellos. Puso sus manos entre su cuerpo y el mío, creando una distancia prudente, a la cual no podamos lanzarle nada a la otra.

- Revisemos nuevamente el registro de llamadas. Sigo con la esperanza de que sólo es una confusión nuestra.

- Tendrías que tener esperanzas de que no vas a morir en mis manos.

Me levanté, me pasé las manos por el rostro, y pataleé cuando advertí que seguía ensuciándome.

Necesitaba el apoyo de una persona, que pudiera convencerme de que era capaz de lograrlo, porque yo misma no lo creía. 

Ahora Jace sabía, sin embargo, Hunter no.

Pero, ¿Cómo decirle a alguien que quieres, aquello que los podría distanciar irremediablemente? La sensación de asfixia que te oprime el pecho, por no poder cargar con el hecho de saber algo que el otro no sabe, pero el temor a decirlo, por la incertidumbre de la que podría ser su reacción.

Tratas de ocultar aquella verdad o fingir no conocerla, hasta que se enfrenta a ti, y logras entender que es real. Lo que tanto te esforzaste por ocultar a los demás, terminas por esconderlo de ti misma.   Y entonces, adviertes que no puedes escapar de tus miedos, porque ellos se encuentran dentro de ti.

Habíamos revisado el celular unas diez veces, con las esperanzas de que todo lo que había pasado, se tratara de una simple pesadilla de la que estábamos despertando.

El mensaje, como si se tratara de un chiste, había sido enviado a Jace, quien con una vida nueva, había logrado olvidarse de la anterior. Lo que implicaba, que aún le tenía que contar lo ocurrido a Hunter.

Kim entendió que necesitaba estar un tiempo a solas. No por el simple hecho de sentirme mal, si no porque tenía que parar de evitar hablar conmigo misma.

Parecía tan raro, sentirse encerrada al estar pensando en mi habitación. Podía subir las escaleras, haciéndome preguntas como si pensara que podría tener alguna respuesta, pero solo lograba llegar a más preguntas. Infinitas preguntas, que se entrelazaban, hasta hacerse confuso su origen.

Me desperté, con los ojos hinchados de las lágrimas que no había podido retener, y me alisté para el Instituto. A partir del suceso, me había convertido en una persona obsesionada por la organización, tanto de mis objetos como de mis ideas. Ninguna palabra salía de mis labios, sin que la haya premeditado anteriormente.

Salí de mi casa, sintiendo que llevaba una máscara al mostrarle una sonrisa a mi madre y deseándole un buen día, porque pensaba que el silencio era peor que mil palabras. Porque el silencio, dejaría un segundo en el que volvería a hablar conmigo misma, y estaba intentando escapar, como si saliendo por la puerta de mi hogar, saliera de mi vida. De las voces que me perseguían, como si su única función fuera perseguirme, hasta ceder ante sus ideas.

Sentía como si estuviera desconectada de los demás, y fuera una simple alma, que nunca llegó a formar parte del mundo. Que nunca tuvo un enlace con la realidad. 

Mi cabeza comenzó a dar vueltas, y mis compañeros comenzaban a danzar en el salón, en un juego de sombras y figuras, que se hacía cada vez más confuso. Parecía tener todas las pistas, pero no sabía cuál era el misterio que debía resolver. Quizás averiguar el momento en el que dejé de ser yo, para pasar a ser ella. Aquella persona, que se adueñaba de mi cuerpo y mis pensamientos, y que se hacía tan desconocida cada vez que me contemplaba en el espejo. 

Me levanté en medio de la clase, y corrí al baño. Solo una silueta oscura, recorría el pasillo por el que transitaba, que parecía comenzar a voltearse. Me encerré en el primer cubículo del baño que encontré disponible y escupí todos mis temores, que me quemaban la garganta, luchando por salir y ser enfrentados.

Un leve golpe en la puerta, me sobresaltó. Las lágrimas saladas, que empapaban mi rostro, parecían no encajar con la dulzura de aquel gesto. Sentí una mano sobre mi hombro, y no tardaron ni diez segundos, en convertirse en el abrazo que necesitaba.

- Clary, todo está bien. Podrás seguir adelante y lo harás genial. Podrás ser una madre estupenda. ¿Recuerdas cuando curaste mis heridas luego de la pelea con Matt? - preguntó Jace.  

Asentí con la cabeza. Él estaba tomando mi rostro en sus manos, intentando que elevara la vista del suelo, y le sostuviera la mirada. Pero no podía.

- Pues creo, que una mujer nunca se da cuenta de cuándo está lista para ser una madre. Solo necesitas de un instante, en el que tu hijo y tú se conecten. No existen manuales, tú misma creas el tuyo.

- Debes pensar que soy el desastre más desprolijo del mundo - dije  pasando las manos por mis mejillas, para borrar mis lágrimas.

Él se sentó a mi lado y me miró por unos segundos.

- No. Quizás la mayoría piensa que se trata de una chica desprolija. Pero yo no soy igual a la mayoría. Yo veo a una chica, que ha pasado por cosas difíciles, y que lo que la hace hermosa, son justamente las cicatrices de las luchas por las que pasó.

Hablamos un rato en el baño. Mi rostro estaba desprolijo por el maquillaje corrido, pero por primera vez, no me importaba lo que la gente pensara de mí.

Decidí enviarle un mensaje a Hunter, finalmente diciéndole acerca del test de embarazo y su resultado. Sabía que entrenaba para el próximo torneo hasta las nueve, por lo que suponía que tardaría en leer el mensaje. Pero enseguida, preferí decírselo en persona.

Pero jamás imaginé, que cuando llegara al campo, encontraría a Hunter besando a una porrista, que claramente, no era la madre de su hijo.

Lo último que recuerdo, fueron las manchas negras, que lentamente, parecían adueñarse de mis ojos, para llevarme a un profundo sueño.

Chica de PapelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora