Estrella

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  He vuelto a recordarte en la esquina de aquel portal,
a donde íbamos a celebrar nuestras derrotas,
porque a nosotros nos gustaba celebrar nuestras caídas.
Bebíamos,
fumábamos,
nos enredábamos las manos
y te veía subir por las escaleras mientras te quitabas las bragas.
El viento levantaba tu falda
y tú reías y sonreías y te sonrojabas a cada momento.
Cuando despertaba de un sueño que tuve contigo,
te veía ahí:
al otro lado de la cama,
desnuda y con pétalos en las sábanas,
no era necesario que usaras perfume,
ya tu piel tenía aroma:
olías a tierra mojada,
a lluvia recién terminada.

Te ponías frente al espejo
y yo te observaba desde la cama
cuando peleabas por ver qué vestido te ponías,
sin embargo, eras más bonita desnuda
y con el pelo alborotado,
cuando andabas los domingos solamente con una camisa mía,
descalza por toda la casa
pintando la primavera con tu sonrisa
y haciendo café para dos,
mientras yo te preparaba la vida.

Trasnochábamos entre copa y copa,
quejándonos de lo mierda que puede llegar a ser la vida
cuando buscas a alguien que no te está esperando;
es decir,
cuando reúnes las ganas para ir a buscarle
pero ya estando afuera decide no abrirte la puerta.
Ni la vida.
Ni las esperanzas.

Podría pasarme toda la noche pensando en ti,
en tu lado salvaje cuando gritabas que estabas loca,
que tú no eras preciosa como las demás,
que tú eras hermosa como ninguna.
Con tu forma de mirarme me hacías extranjero de mí,
levitaba por tu lunar que tenías al costado del hombro derecho,
que las pecas en tu espalda hacían de ella una constelación de estrellas.

Hoy, por accidente, ha sonado tu canción favorita:
cada verso es un puñal,
una cicatriz,
aunque siento que aún es herida.
Esta maldita canción es una herida que aún sangra.

En el último segundo que estuve a punto de olvidarte
pasó tu sonrisa en frente de mí
y se me hizo tan imposible no recordar
a la chica que le gustaba mojarse bajo la lluvia,
que le gustaba andar de puntillas cuando el suelo estaba frío
y que se ponía carmín en los labios para comerse el mundo.
"Esta es mi hora de brillar", me decía,
supongo que yo era su oscuridad
y por eso decidió irse justo cuando comencé a abrazarla seguido,
tenía miedo de que un día se acercara a mí y me dijera:
"Lo siento mucho, tengo que ir a buscar mi lugar en el cielo".
Ahora alzo la vista tratando de encontrarla entre las estrellas
y es la que más brilla,
no puedo estar más orgulloso de ella:
está brillando como una vez soñó.  

Benjamin Griss (El chico del ayer)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora