Ático

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Subiría hasta el ático de tu vida,
desempacaría y me quedaría a dormir
mientras llueves.
Porque el único lugar del mundo
donde encajo a perfección es
en
tus
brazos.

Y entonces me dices
que soy idiota
y poeta.
Pero, cariño,
un idiota es un poeta sin saberlo
y un poeta es un idiota que sabe escribir.
Por lo menos,
intenta reconstruir el desastre
de una sonrisa que no supo ser sastre
de sus heridas.
Y tembló de miedo.
Tembló el mundo
y tembló la atmósfera.
El cielo se vino de pico
y se estrelló contra tus labios,
con razón ese sabor a mar en tu piel
y dulce en tus mejillas.

Te mordía los labios
y te comía los miedos,
pero tú no quisiste frenar,
íbamos a cien kilómetros por hora
y nuestras narices se estrellaron
y salimos volando de los asientos.
Tú te reíste
y te quedaste viendo al cielo
-o lo que queda de él-
y quisiste nadar en las profundidades.
Sin saberlo,
una profundidad hablaba de otra profundidad,
porque, en términos legales, tu mirada gana por excelencia
y hacías bailar a cualquier pupila desprevenida.
Te agarrabas fuerte de lo que eras
y esa era tu preciosa independencia.

Después de ti, nadie vuelve a ser igual,
aunque tú sigues siendo la misma.
Eso es lo que no me cabe en la cabeza,
puedes cambiar, revolucionar y construir mundos,
derribar muros
y abrir todas las jaulas de pájaros
con tan sólo sonreír.
Ya ni las guerras querían ser guerras,
ni la poesía quería ser poesía.
Contigo empezó algo inexplicable
que ni la ciencia supo explicar.

Soy amante de las vidas que no tienen frenos,
que no tienen vías de escape una vez que estás dentro
y que te hacen rugir como león a mitad del Coliseo.
Tú, por favor, no me encarceles en jaulas,
no me amarres las alas,
no me cortes los sueños
ni los hagas trizas con la realidad.

Si quieres
yo,
con gusto,
me pongo la condena de recordarte para siempre.Publicado por en Reacciones: domingo, 28 de junio de 2015A lo mejor es que llueve, y no nos damos cuenta. No nos damos cuenta de cuán ahogados estamos en nuestra propia mierda. Intentamos huir pero con un final catastrófico.
Escapamos, pero no del todo. Siempre nos quedamos en los lugares donde hemos sido nuestros, y de nadie más. Donde hemos canalizado la felicidad en las pequeñas cosas que nos ha regalado la vida en forma de personas.
Desabróchate el cinturón, nos vamos de esta aventura, que en realidad, fue un paisaje que tuvo vistas al peor de los infiernos.
Pero la verdad, es que en el último segundo, es que nos dimos por vencidos. Ya no quisimos ir más adelante, por miedo al abismo, a la caída, al golpe.
Venecia ha sido testigo de más náufragos que nunca supieron salir a la superficie, que de historias de amor.
Que no critiquen a los que hacen actos de valentía y terminan muertos en el intento. Héroe no es que el salva a otros, sino el que termina muerto salvándose a sí mismo.
Y yo nunca supe salvarme, por eso siempre termino siendo el villano de esta historia, siempre termino haciendo llorar, causando destrucción y matando alguno que otro cobarde. Y por eso me dan tanto miedo los finales, porque a los villanos les espera el peor de los desenlaces. Y se quedan solos, sin nadie que les diga que todo estará bien ni que los abrace cuando no sepan dónde quedó todo lo que un día fueron. Porque incluso ellos supieron reír, aunque ahora no sepan dónde dejaron la risa. En quién, perdón.
Las cuerdas están demasiado flojas para seguir caminando aún más, y yo tengo miedo, miedo de perder lo único que me queda después de toda esta maldita puesta en escena.
Cuando el telón se cierra, se van los aplausos, las caras, las conversaciones, el drama; y lo único que me queda es el vacío existencial. Y me voy al bar de siempre, a pedir lo mismo de siempre, a platicar con la misma mesera, Anna. Y puedo ver cuánto le duele a ella, por el tono de su voz, este desequilibrio de masas. La crisis le tiene una soga en el cuello y por eso, a veces, grita lo que calla.


Ella sigue siendo la única que me escucha al final del día,
la que me abraza cuando hace frío,
la que me motiva cuando he tenido un día de mierda,
la que me empuja cuando estoy parado frente a la oportunidad de mi vida,
la que me hace reír como la primera vez cuando repite tres veces el mismo chiste,

Benjamin Griss (El chico del ayer)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora