V

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Cuando llegue a Fordham —con el neardenthal pisándome los talones—, las dos chicas menudas estaban esperando a que iniciara la clase próxima clase —gracias por mi retrasado me había saltado una o dos clases, lo cual realmente no me importaba— sentadas en un banco que había en el campus de la universidad a unos pocos metros de mi.

Todavía no me habían visto.

Maddie estaba con la cabeza gacha con las manos en su regazo mientras Vanessa le repicaba quién sabe que. Desde donde estaba yo pareciera que estaba regañándola por algo

Me pareciera algo extraño y mucho más cuando Maddie empezó a parecer más bien como un conejito asustado. Qué raro. Decidí quitarle importancia al asunto porque hace poco que las conocía y no iba a andar de chismosa.

A mi espalda sentí como alguien masticaba algo y cuando miré de reojo era Leonid, me había olvidado que estaba siguiendo como un perrito faldero. 

Estaba comiéndose una bolsa de Doritos, de Dios sabe dónde, mientras hacía sonidos más molestos con la boca. Sabía que lo hacía para molestar porque los sonidos se intensificaban cuando yo hacía caras molestas.

Leo siempre ha vivido para molestarme, desde que estábamos en el jardín de infantes. Llegue a pensar que estaba enamorado de mi, pero simplemente es un chico molesto que no tiene oficio. Así que básicamente descarté la idea.

Tiene mi misma edad y es el hijo mayor de mi madrastra. Es todo un bombón, lo sé, y sería más fascinante poder cumplir el cliché del hermanastro, pero simplemente no va a pasar. Es de esos tipos que apenas lo miras te caen mal de inmediato o te dan un flechazo, en mi caso fue la primera opción.

He llegado a la conclusión de que está aquí solamente para vigilarme y que a lo mejor lo mando mi padre. Es un lame pelotas de primera, así que no me sorprendería. Así que mi solución al problema es ignorarlo, tal vez así se aburra y se largue.

Me aleje rápidamente en el momento en que estuvo distraído, cuando decidí a voltearme estaba caminando a paso lento hacia mi, así que le dedique una última mirada y el dedo corazón.

No había volteado otra vez pero sabía que se había detenido y echado a reír, porque para él todo es risa, hasta la muerte de su mejor amigo.

Alejé esas ideas de mi mente, no quería recordar el pasado y me dirigí hacia las chicas. Cuando pase por donde estaban se callaron estrepitosamente y me saludaron con la mano.

Alcé una ceja.

Inmediatamente supe que no querían hablar, les devolví el saludo y me dirigí a mis clases de historia del arte.  De todas maneras tengo que hablar con ellas luego.



El profesor Hudson parecía un hobbit, de verdad. No miento. Tenía una gran panza, grandes cachetes, una gran barba blanca y es calvo, y la razón de que pareciera un hobbit es que realmente era enano.

Debía medir aproximadamente
1,54 m. de altura. Por lo tanto, cuando llegue a mi clase, lo vi y supe que le llevaba más de dos cabeza no pude evitar reírme en su cara.

Eso no es bueno, cuando eres nueva y llegas a mitad del año estás en mirada de casi todos y más en una universidad como aquella, estudiando en una facultad mucho más pequeña.

Cuando me reí en la cara del Sr. Hobbit, no medí la intensidad de mi risa e hizo que todos los que estaban sentados esperando que el profesor encendiera el vídeo beam se me quedaran viendo.

Si las miradas mataran el barba blanca ya me hubiera matado. Así que para ligerar el ambiente me calle abruptamente y me escabullí a uno de los asientos.

El conversatorio era realmente aburrido, el profesor estaba dando una charla sobre la influencia que tiene el arte en la historia universal, era un tema realmente sencillo y sinceramente no me importaba.

Me puse a hacer garabatos en mi libreta sin prestar atención a lo que decía. Y minutos más tarde en mi cuaderno había un boceto de un retrato de una persona, no me di cuenta de quién era hasta que tiraron una bola de papel a la espalda.

Cuando voltee Leonid estaba con una sonrisa picara unos puestos más arriba.

Rodeé los ojos.

No fue hasta que volví la vista a mi cuaderno que me di cuenta de lo que había dibujado. Tragué saliva y sentí como los ojos me escocían.

La sensación no paraba, sentía como si fuera a tener un ataque de pánico. Otra vez no por favor, pensé.

A veces me pasaba que no me daba cuenta de lo que dibujaba o escribía, entraba en una especie de trance o mis dedos se movían solos.

Me escabullí del salón de clases con la mirada de Leonid en mi espalda, pero no me importó.

Salí a la velocidad de la luz de la sala, pero tropecé con una pared. O eso creía, porque cuando levante la mirada estaba una persona que no esperé ver tan pronto.

Tenía una sonrisa de medio lado y los ojos le brillaban como si fuera un niño y estuviera frente su regalo de Navidad.

—Mira que tenemos aquí. La especie de heroína.

Aeron © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora