IX

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Hace tres años

Rusia

Anya

—La pistola se accionó y yo no puede hacer nada —hago un puchero.

Mentira.

Disparé simplemente porque quise y si me preguntan no voy a mentir diciendo que realmente no me gusto observar cómo sangre brotaba de su boca y pedía clemencia con la mirada. Ese sentimiento jamás va a dejar de ser satisfactorio, tener poder sobre la vida de alguien se siente... Bien.

Pero tenía que mentir para poder deshacerme de ese gordo asqueroso de alrededor de cincuenta años. Era tan desagradable a la vista, la camisa del traje pareciera que se le fuera a salir en cualquier momento, y a cada rato pasaba su lengua por su labio de manera insinuante.

Quería vomitar, era realmente desagradable.

En este momento me encuentro con la pistola enfundada en la cintura del pantalón. Además de cargar cuchillos en las botas.

Una chica siempre tiene que estar armada ante todo. Nunca sabes que va a pasar.

El dueño del bar me fulminó con la mirada y ya yo estaba pensando cómo iba se vería con un cuchillo cortando su gordo cuello.

—Vas a pagar por esto —dice el hombre de forma arrogante— era de mis mejores hombres.

A ti lo único que te gusta es abusar de jovencitas viejo verde y de paso gordo.

Siguió hablando pero realmente no le presté atención, ya me estaba hartando. Así que hice como si me estuviera arreglando algo en una de las botas y disimuladamente agarre dos cuchillos.

Me miró desagradablemente y de manera desconfiada.

—¿Qué estás... —no lo deje terminar, rápidamente los dos cuchillos le habían traspasados los ojos.

Sonrío.

Definitivamente la mejor manera de matar a alguien es con cuchillos, me declaro amante de esa forma. Además, es mi especialidad.

Le apretó una mejilla y luego le doy un golpecito en el hombro.

—Udachi my drug

Me deleito un rato con la vista antes de salir de la oficina como si nada hubiera pasado.

El club era inmenso, era uno de los mejores en Rusia y venia gente de todo tipo, pero el tráfico de droga era sorpréndete, cosa que no beneficiaba mucho a la hermandad porque no podía ser controlable. Aunque acabo de dar una salida fácil, porque acabo de matar al administrador del club —su jefe nunca se veía por estos lados—.

Me acerco a la barra y pido un trago de vodka. El líquido entra por mi garganta y la quema de manera placentera. Cierro un momento los ojos.

— ¿Qué hiciste ahora, fire?

Reconocería era voz donde fuera, abrí los ojos y Misha había aparecido de repente en mi campo de visión. Sonreí divertida.

—¿A qué te refieres? —tomo un trago de vodka— no he hecho nada.

Misha niega con su cabeza.

Aeron © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora