XVIII

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Quiero que lean la nota al final, les tengo una sorpresita.

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Huí.

Realmente era una cobarde, o tal vez no. Ni siquiera sabía dónde carajos andaba Leonid. Mi cabeza estaba dando tantas vueltas y sentía un martillazo espantoso en ella que no me paré a pensar cuando salí corriendo del edificio. Corrí hasta que no pude más y mientras lo hacía las personas en la calle me miraban raro.

Por supuesto que me miraban raro, tenía un aspecto desaliñado y horroroso. Mientras caminaba hacia un Starbucks ubicado en una esquina cerca de donde pare luego de que corrí, una cincuentona se me quedó mirando más de lo normal con un deje de decepción y desagrado, como la persona más educada del mundo le saque el dedo del medio.

¿Quién se creía que era?

Entré a la cafetería, la cual para mi suerte no se encontraba llena hasta el tope.

—Un café negro, sin azúcar. Bien cargado, por favor —pedí con sequedad a la chica que se encontraba atendiendo.

Me dedicó una mirada de desagrado.

Solté un chasquido: — ¿A qué esperas? Muévete.

No quería tratarla mal, pero estaba irritada. Tenía un dolor de cabeza horroroso y secuelas de un ataque de pánico. Así que si, tenía excusas para necesitar ese maldito café lo más rápido posible.

Esperé unos minutos y me tuvo el café listo. Me senté en unas de las mesas libres mientras me tocaba las sienes de manera circular por un momento, agarré el café y tomé un poco mientras sentía como me relajaba.

Saqué mi celular y me puse a revisarlo un tanto aburrida, pero sin querer regresar a la realidad aún. Tenía unas llamadas pérdidas de Leonid y un número desconocido también. Qué raro.

Luego de unos minutos, cerré los ojos y suspiré. Estaba un poco más relajada después de haberme tomado el café completo. Quería irme a casa, pero mi tarea no pudo darse cuando sentí una mano en mi hombro tocarme.

Una suave voz y melódica habló sutilmente a mis espaldas para luego ponerse frente a mi.

— ¿Anya? —la chica se tapó la boca sorprendida y soltó un jadeo.

Fruncí el ceño ligeramente. Me parecía extrañamente familiar.

— ¿Quién eres? —Pregunté.

La chica entró en razón y se sentó frente a mi. Pasó un mechón de su cabello detrás de su oreja y habló:

—Soy Natasha, Anya ¿No te acuerdas de mí? —Hizo un mohín.

Abrí mis ojos como platos, sorprendida. No podía creerlo.

— ¿Natasha? —tenía la boca ligeramente abierta. —No... es... Posible —tartamudeé un poco.

Ella se rió por lo bajo.

—Estas cambiada —dije luego de salir de mi shock. Ya no era la increíble pelirroja rebelde que conocí hace unos años.

Tenía el cabello un poco más largo antes y lo llevaba amarrado en una coleta. Lo traía liso y de un modo algo aburrido, lo más curioso de todo es que lo tenia castaño, pero un castaño bastante insípido. Sus piercings habían desaparecido y su ropa sexy y de motociclista también. En cambio, tenía un jersey y unos jeans desgastados ajustados.

Aeron © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora