La estadía en el hospital comenzaba a ponerme algo histérica, más de lo normal. Me sentía bien pero papá insistía en hacerme exámenes para según él, confirmar que mi estado es estable. Lo único que lo ha hecho soportable es Sam, viene a verme todos los días, charlamos largo y tendido, poniéndonos al tanto de todo lo sucedido durante nuestra separación.
Cinco días después, al fin me dieron la salida, no cabía de la felicidad, aunque me iría en la tarde, desde la mañana comencé con los preparativos de mi mudanza a casa. El brazo enyesado me picaba como un demonio, Brent me trajo un palillo chino que insertaba en la pequeña cavidad para darme algo de alivio, no veía el día en que me retiraran este estorbo.
Me duché temprano, ansiosa por irme de este sitio, repito, odio los hospitales, ¿Por qué? buena pregunta, creo que es una fobia natural, aquí solo hay enfermos y muerte, lo que es de verdad deprimente.
Me pongo la ropa que me dejó mamá el día anterior, me deshago de la desagradable bata celeste, y me dedico a ver televisión o más bien a hacer zapping, ya que la programación es un asco, no tienen cable, es decir, absolutamente nada bueno que ver.
La puerta de mi habitación está abierta, me da un escalofrío y mi vista viaja afuera donde un niño me observa. Quizás unos siete años, cabello rubio y ojos negros, su palidez me sobrecoge, su mirada de tristeza absoluta. La habitación se enfría y un vaho sale de mi boca ¡Qué diablos sucede!
El niño comienza a caminar, lo sigo, nadie parece percatarse de su presencia, me voy alejando hasta llegar a un pabellón, en la entrada decía "Área de pediatría". Se detiene frente a una puerta y sus ojos se encuentran con los míos.
-Despejen. –Gritó alguien mientras que un sonido extraño resuena como un impacto. Siento curiosidad y me asomo ya que la puerta se encuentra entre abierta.
-Otra vez. –Solicita el doctor, dos enfermeras están con él.
–Despejen. –Repite y me doy cuenta que están usando un desfibrilador y que las personas ahí adentro, intentan revivir a alguien.Me quedo estática observando aquel aterrador panorama, el médico desiste y coloca las paletas de regreso en la máquina. Se ve afligido, el aparato que define su ritmo cardiaco está en una sola línea, el paciente ha fallecido.
-Hora de la muerte, 9:30 a.m.
Una enfermera anota el dato en una libreta, cuando puedo ver el cuerpo, me doy cuenta que se trata de un niño, lo reconozco y mi corazón se acelera. Miro a mi alrededor pero no hay nadie, retrocedo hasta pegar contra la pared a mis espaldas. Salgo corriendo sin rumbo fijo, abro la puerta de emergencias y subo las gradas hasta llegar a la azotea, me recibe el aire frío de otoño. Mis manos están temblando, y sin razón alguna lloro con desconsuelo, una presión se incrusta en mis pulmones, y es cuando sucede, un grito agudo sale de mí, lastimando la quietud de aquel lugar.
Otra vez aquel frío que cala en mis huesos me envuelve, a mi derecha se encuentra el niño. Quiero moverme pero no puedo, estoy conmocionada, mi respiración se torna irregular.
-Tengo miedo. –Me dice sin palabras.
El temor poco a poco va desapareciendo y me doy cuenta que me necesita, lo miro con infinita ternura y me acerco a él, colocándome de cuclillas, sonriéndole.
Una intensa luz blanca aparece de la nada, puedo distinguir como una silueta alta y brillante extiende su mano hacia él, que se resguarda detrás de mí, sus manos abrazan mi pierna.
-¿Cómo te llamas? –Le pregunto.
-David. –Contesta apenas audible.
-Hola David, soy Tabatha.

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OSCURIDAD
FantasyMi vida era normal hasta que Ben Johnson llegó a la escuela. Sé que guarda un secreto, que me daré a la tarea de revelar. Pero eso no es todo, además de mi enigmático compañero de laboratorio, algo me está ocurriendo y no logro entender qué es. Mis...