CAPÍTULO 3

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Les dejo foto de Julissa.

Tanto mi padre como yo, esperábamos atentos el diagnóstico del veterinario. Me mordía las uñas sin poderlo evitar, siempre hacía esto cuando me encontraba nerviosa. Cuando era niña incluso me comía la yema de los dedos, dejándolos en carne viva, después de untarme varias cosas en mis manos para dejar la manía, lo lograron cuando me pusieron chile picante. Se me inflamaron los labios y escupía fuego por la boca, así que cada vez que quería hacerlo, mis padres me amenazaban con ponerlo de nuevo, y fue lo único que logró funcionar. Pero con las uñas era diferente, nunca puedo tenerlas largas aunque lo deseo.

Tuvimos que esperar en una salita ya que le hacían varios análisis, incluyendo exámenes de sangre y radiografías. Papá me quitó el dedo de la boca que sin darme cuenta ya mordía la yema. El doctor salió acomodándose los lentes y sonriéndonos.

-¿Y cuál es el veredicto? Me apresuré a preguntar.

-Bueno, calculando la edad, aún es un cachorro, quizás unos seis meses, tiene un poco de desnutrición, está plagado de pulgas, las heridas son tratables, hay que desparasitarlo, y me gustaría que se quedará unos días, si lo aprueban para darle seguimiento. Se encuentra muy débil y prefiero que esté aquí hasta que se recupere, pero eso depende de ustedes.

Miré a papá suplicante y él movió la cabeza a los lados, sonriendo para sus adentros.

-Está bien, proceda. –Contestó.

Lo abracé con euforia, me sentía feliz, Pulgoso se iba a reponer.

-Hay algo más que deben saber.

¿Por qué demonios siempre dicen eso y arruinan la alegría?

-¿Es algo malo? –Consulto angustiada.

-No del todo, descubrí que el perro tiene un chip localizador, algunas veterinarias lo colocan en las mascotas cuando los adoptan, en caso que se pierda, lo puedan ubicar, como ha sido el caso. En el sistema aparece registrada como su dueña Trissia Montgomery, puede que el animal se haya escapado, la tengo que llamar para avisarle que ha aparecido.

-Ohhh. –Expreso sin ganas, no pudiendo evitar mostrar mi decepción. Papá lo nota y me rodea con su brazo por encima del hombro, acercándome a él y besándome en la cabeza.

-Les estaré informando apenas tenga noticias, con suerte ella pague la factura y no tengan que desembolsar ustedes.

-Claro, gracias doctor. –Papá le extiende la mano y el aludido la estrecha.

Salimos de la veterinaria y nos dirigimos al vehículo, me abroché el cinturón y mi vista se perdió en la ventana. El auto se puso en movimiento, recibiéndonos pronto la asfaltada carretera.

-Lo lamento Tabi. –La mayoría de mis conocidos me llamaban Taba, pero papá me decía Tabi, y me gustaba.

Me encogí de hombros, y seguí observando por la ventana.

-De todos modos mamá no hubiera permitido que se quedara en casa. –Dejo ir sin ganas, consolándome a mí misma de mi desventura. Era como un sueño frustrado que desde mi niñez había arrastrado. Tener una mascota era lo mismo que querer alcanzar una estrella, es decir, "técnicamente imposible" y de alguna forma odié a mi madre por quitarme ese derecho.

Llegamos a casa y subí a mi habitación ya que tenía tarea de matemática, el profesor parecía disfrutar dejando ejercicios, que de antemano sé, me acostaría hasta tarde resolviéndolos. Era buena en matemática, pero la odiaba, aunque aquí la pregunta es ¿Hay alguna materia que no odie? O sí, gramática, bueno no, a quién engaño, odio el curso, amo al profesor. Me imaginé como en las fábulas montones de corazones dándole vuelta a mi cabeza, y una estúpida sonrisa se adueñó de mí.

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