Capítulo 10

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Aparco mi Ford Mustang descapotable del 1967 con acabado en negro y tapicería en turquesa. ¿Hortera? Posiblemente. ¿Precioso? También.

El motor resuena con sus doscientos caballos mientras lo cuadro en la plaza. Por fuera parece clásico, pero por dentro es lo más novedoso; incluido en la guantera un ordenador portátil que se conecta directamente con una llave (de la que solo Frank, Anne y yo tenemos copia —la mía colgada al cuello—) a las bases de la policía y del FBI. Esta maravilla está a cargo del estado como gastos especiales, al igual que el impresionante ático en el centro. También incluye bajo el asiento del conductor una pistola que sólo sabría encontrarla yo.

El piso es un alquiler, pero el coche me lo quedo. Yo lo encargué así y, ya que a nadie le interesa volver a usarlo porque parece una antigualla, al menos yo le proporcionaré un hogar. Siempre me han gustado los coches antiguos y, cuando me dieron la oportunidad de darme uno a elegir, no lo dudé un instante. Mis superiores preferían uno más moderno; uno que dijese abiertamente que soy rica y que mis padres no reparan en gastos, sin embargo, este coche ''actualizado'' supera en valor a muchas marcas de lujo.

Y al tener que meterlo al taller para añadirle potencia, les ha sido más sencillo instalar las novedades. Punto para Alice. El FBI quería que tuviera un buen coche, y yo he pedido lo que quería. Cada uno tiene sus caprichos. Ayer me dejaron cogerlo para ir haciéndome a él y acabé todo el día en la carretera, simplemente conduciendo y disfrutando del sonido del motor, de la tranquilidad; comí en un restaurante de carretera y visité la costa oeste, o sus carreteras, más bien. Agradezco que me hayan dado esta confianza, se supone que no deben dejarme este tipo de libertad, sino mantenerme monitorizada, pero ellos con confían en que sea la mejor manera, por suerte.

Tomo una profunda bocanada de aire, acaricio el cuero del volante y bajo del coche, cogiendo fuerzas para lo que viene a continuación. Tantas miradas en mí hacen que me falte el aire. Me aparto el pelo y agarro el bolso con los utensilios para clase antes de dirigirme, con la barbilla alta como me ha enseñado Paolo, hacia dentro. En el interior, cada pasillo es, como mínimo, el doble de los de mi antiguo instituto, y desde luego mucho menos llenos. Hay menos taquillas, ya que son bastante más grandes, y sólo hay una fila arriba. Frank me ha dado esta mañana antes de salir la llave con el número de la mía, se supone que están asignadas desde antes de que empiece el curso, así que voy directa a ella para dejar las cosas. No es que mejoren las miradas aquí, algunos curiosos se acercan intentando disimular, algunas chicas cuchichean y otros pocos andan con la cabeza gacha, los becados que me he encargado de echar un vistazo. Al fin alguien se digna a dirigirme la palabra, aunque no sea de mi completo agrado. Por lo menos esta vez estoy completamente vestida; y hay más espacio. «Por la misión» me digo.

— Vaya, vaya. Mira quién tenemos aquí.

— Tantos sitios y tendrías que estar en este —le respondo con tranquilidad.

— Casi no te reconozco con tanta ropa.

— Eso suena a que para ti fue memorable —se le escapa una sonrisa entre los dientes.

— Aunque nos interrumpieron —se apoya en las taquillas y se inclina hacia mí.

— Qué pena, ¿verdad? —le cojo de la corbata— Lástima que no se va a volver a repetir —le aprieto la corbata hasta casi ahogarle.

— Alice, no finjas, sé que te gusto —¿Me lo parece a mí o es incluso más arrogante que en el probador?—. No te apartaste, y eso no me lo imaginé.

— Tenía resaca, apenas sabía dónde estaba. Quizá, si me faltara el cerebro, podrías tener una mínima posibilidad.

Vuelve a inspeccionarme con la mirada, no obstante, esta vez no termina de incomodarme. Me estoy sintiendo incluso a gusto así, parece que se puede hablar con él, aunque sea sólo de esto. Quizá así puedo ir acercándome a él poco a poco.

Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora