Epílogo

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Después de usar parte del dinero en un corte de pelo —lo suficientemente largo para que ella pudiera pasar los dedos por su cabeza como a él tanto le gustaba— manteniendo el brillo dorado que se empeñaba en ocultar bajo una gorra, el muchacho, como cada noche después de irse, escaló cuidadosamente los múltiples cables y barras del puente de Brooklyn hasta llegar a la cima. Era un ascenso peligroso y que requería mucho esfuerzo y concentración, no obstante, después de hacerlo casi a diario, se había convertido en algo rutinario. Se sentó con cuidado en el borde y respiró profundamente el aire sin contaminar, en Nueva York conseguir eso era casi imposible, sólo se conseguía en las grandes alturas —y a veces ni siquiera así— o en medio de Central Park, pero en esos sitios siempre había gente que podría molestarle, y él necesitaba tranquilidad, sentirse solo con sus pensamientos. Poco a poco sus músculos se relajaron y sentía como su mente se despejaba tras un tiempo de actividad frenética; lo que había vivido los últimos días le había hecho plantearse muchas cosas, no es muy común ser secuestrado, apaleado, y ver a la chica de la que estás enamorado pasar por lo mismo antes de matar a todo el que se le había puesto por delante y desangrarse en el asiento del coche, a tu lado. No sabía cómo sentirse al respecto, le daba miedo que fuera capaz de hacer eso, de hablar con tanto dolor como lo hacía, de sentir tan fuerte por alguien... No sabía si podría manejar todo aquello; y desde luego que le aterrorizaba. Sin embargo, también estaba seguro de que la quería, por ello no había salido de la ciudad, se había quedado con ella hasta que despertara en el hospital. Quería estar cerca, a una distancia prudencial.

Cuando se sentía más relajado, su teléfono comenzó a vibrar. Se le había olvidado apagarlo, como acostumbraba, y ahora le estaban torturando con las continuas llamadas. Lo encendía a veces, sólo para asegurarse de que en algún sitio aún era importante, que nada había cambiado; le gustaba ver los intentos de sus amigos por contactar con él, y cada vez que veía una nueva llamada perdida de ella, el corazón se le paraba un instante. No sabía cómo afrontarlo, lo suyo había sido una relación muy extraña, y aunque ella le había dicho que lo quería como un buen amigo, algo en su corazón le decía que sólo era una mentira piadosa, estaba alejándole para que no le ocurriera nada —y aun así una panda de matones estuvo a punto de matarlo—. Todo aquello no hacía más que avivar su amor. Siempre había amado su capacidad de sacrificio por los demás, su corazón.

No obstante, lo que ahora quería era tranquilidad. Y no era ella quien llamaba. Cogería el teléfono sólo para acabar con tanta insistencia, volvería al barrio cuando se sintiera preparado, cuando consiguiera aclararse, y no antes.

— No voy a volver, así que... —comenzó.

— Cállate, idiota —su interlocutor estaba nervioso—. Te necesitamos aquí.

— Vosotros podéis arreglároslas solos, ya lo habéis...

— Es Baby —no le dejó continuar; sintió cómo se le aceleraba el pulso—. Desapareció hace dos semanas.

— ¿Y?

— ¿Cómo que ''Y''? Acaba de volver —soltó el aire que estaba reteniendo—. Ha...

— Entonces no entiendo a qué viene...

— Deja de comportarte como un capullo y ven aquí volando —explotó—. ¿Crees que te llamo por gusto?

— Déjame en paz, Bells. Estoy harto de ti y de tus...

— Se la han llevado en ambulancia —no era el único que estaba harto del otro—. Vimos cómo la metían y salía a toda velocidad.

— ¿Qué...qué ha pasado? —consiguió balbucear; su muro de hielo derrumbado.

— No es agradable, PJ; ni un simple desmayo.

— Cuéntamelo —le obligó con un tono autoritario, recordando quién era el superior en la banda.

— Pásamelo, lo último que faltaba es que os pusierais a discutir ahora —oyó otra voz a través del teléfono—. ¿PJ? ¿Sigues ahí?

— Jess, dime qué ha pasado, por favor. Me da igual cómo sea.

El graffitero se rindió ante la voz de la que había sido la mejor amiga de la chica a la que amaba; por la que había cruzado el país; de quien tenía su nombre tatuado justo encima del corazón, recordando lo presente que había estado y estaría, con la firma sacada de una dolorosa carta enviada tiempo atrás.

— Primero tienes que calmarte —le exigió la chica.

— Estoy calmado —se esforzaba por respirar con normalidad.

— Sé que estás mintiendo, pero te lo voy a decir de todas formas; por ella, no por ti —aclaró la chica con su característico acento latino—. Nos colamos en su casa cuando se fue la ambulancia. Su habitación...

— ¿Qué? —ante su silencio, el chico se temió lo peor— ¿Pastillas? —dijo con un hilo de voz.

— Sangre —soltó con un suspiro y lágrimas en los ojos—. Era un charco enorme, PJ —intentaba continuar a pesar de quebrársele la voz—. La navaja estaba al lado.

— No...no puede ser... ¿Hace cuánto ha sido?

— Desde que se fue, una media hora. Estamos en el hospital, pero no quieren decirnos nada; su madre está llorando y ni ha saludado. Es mi culpa —empezó a sollozar—, es mi culpa que se haya... —la chica tomó aire; aún le costaba aceptarlo— Si hubiese estado a su lado...

Él se sentía más culpable aún que ella; él le había abandonado cuando más se necesitaban mutuamente, porque ¿por qué negarlo? Quería estar a su lado el resto de su vida y ahora podría ser más imposible que nunca. Le daba igual lo que hubiera hecho, la quería por quién era, no por cómo había llegado a donde estaba. No pensaba volver a alejarse de ella de ahora en adelante.

— ¿Y... —no podía contener la angustia— está viva?

No quería mencionar la palabra "muerte" ni nada relacionado con ella. Había visto cómo intentaba arrebatarle a la persona que más quiere suficientes veces; aún tenía el recuerdo demasiado reciente, los pelos de punta, la imagen de ella, inconsciente entre sus brazos, sin respirar, cuando llegaron al hospital. Al menos entonces tenía en quién enfocar su rabia, sin embargo, en esta ocasión, la víctima era también el verdugo.

— No quieren decirnos nada —esta vez sonaba desesperada.

— Voy para allá.

Colgó el teléfono con decisión; dispuesto a dar su propia vida por la de ella.

Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora