Capítulo 19

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Cualquiera diría que el primer día de clase después de vacaciones sería deprimente, con la gente quejándose de tener que volver, del frío —bueno, eso era en Nueva York—, de lo incómodo que era salir de casa prácticamente de noche y con cuidado de no resbalar con el hielo por ir demasiado dormido para prestar atención a la acera. Pero no. Aquí no es así. No sé ni por qué me sorprende. En Los Ángeles raramente se bajan de los diez grados, pudiendo llegar incluso a veinte en un buen día; en casa, el día que hay die grados, prácticamente salimos en manga corta porque nos estamos asando de calor. Es curioso cómo el tiempo puede influir en nuestro comportamiento, supongo que sin tener que estar pendiente de resbalar o caer por la calle influye bastante. Ya me he acostumbrado a este tiempo, no obstante, tampoco quita que siga encontrando exagerado llevar abrigos de plumas, con una chaqueta gruesa es suficiente. Aunque claro, lo obvio sobre el cambio de humor lo he pasado por alto. Todos están ansiosos por comentar los maravillosos regalos de Navidad, que oscilan desde un coche de alta gama a una joya con diamantes; los exóticos destinos donde han pasado Nochevieja y Año Nuevo... Por lo que recuerdo, en Harlem ni siquiera comentábamos los regalos, por el simple hecho que la gran mayoría ni siquiera tenía uno. Hablando de regalos, el único que he recibido este año —quitando el dibujo de Lily—, debería ir olvidándome de él. Anne lo vio y, aunque sé que en el fondo le dolió hacerlo, me lo confiscó para investigar su origen. Si digo la verdad, no creo que el FBI me lo devuelva. Sólo espero que Alex no me pida expresamente llevarlos, sería de lo más incómodo darle otra excusa más. Debe de estar bastante cansado de ello.

Le encuentro hablando con un grupo de chicas, cuya líder está apoyada en su brazo mientras le enseña el coche nuevo, agachándose más de lo que me gustaría ver y adoptando una postura poco favorecedora para su cara, digamos; básicamente porque no se la ve, todo lo que veo es su trasero mientras intenta llamar la atención de Alex. No sé cómo reaccionar exactamente, es cierto que no me gusta, pero a la vez me hace gracia, es algo divertido verla tan desesperada por algo que está claro que no puede obtener, ya que nada más entrar con el coche en el aparcamiento no ha apartado los ojos de mí. Aparco en la plaza de al lado, a sabiendas de que tendrán que quitarse para permitírmelo, y veo cómo se le escapa una sonrisa divertida cuando se da cuenta de mi gesto. Oigo algunas protestas, y de verdad que siento una gran tentación de rayar el coche de mi lado, el mío no sufriría ningún daño, es mucho más robusto, y el suyo se llevaría un buen recuerdo, no obstante, consigo controlarme. Ese precioso coche no tiene la culpa de tener una dueña así. El chico se separa del grupo hasta llegar a mi puerta, apoyándose en el techo, bloqueándome la salida con su cuerpo, aún con una sonrisa en la cara. Nunca me había esperado en el aparcamiento, ni siquiera cuando quiso pedirme perdón a solas.

— ¿Celosa? —alza una ceja, leyendo mis intenciones de antes.

— Para ello deberían estar a mi nivel, ¿no crees? —abro la puerta, empujándole.

— No podría estar más de acuerdo —me ofrece la mano para ayudarme a salir—. Bonjour, mon ange. (Buenos días, mi ángel)

— Bonjour. Oye, hablamos mejor en la otra puerta, ¿vale?

— Está bien, pero antes podrías darme un... —intenta apoyar una mano en mi cadera, no obstante, me retiro.

— Allí —cierro la puerta y él se dirige al punto de encuentro.

Lo miro andar unos segundos antes de llamar la atención, tan tranquilo en apariencia y tan ansioso por dentro. No sé cómo lo hace, es un verdadero maestro ocultando sus pensamientos, y a la vez es completamente inútil cuando estamos solos, conmigo es un libro abierto, aunque algo me dice que él siempre está en control de la situación, sabe exactamente cómo y cuándo revelarse. Cojo el bolso del asiento del copiloto, cierro el coche asegurando la capota y me camuflo entre la multitud para seguir sus pasos. Quién me iba a decir que iba a estar usando las habilidades que me enseñó el FBI precisamente para esto. No tengo remedio.

Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora