Capítulo 25

4 0 0
                                    

Mira qué monada —me acerco y cojo el peluche—; me encantan los peluches. El lobo es mi animal favorito ¿lo sabías?

— Me vuelves loco —dice, ausente.

— ¿Por lo de los peluches o lo del lobo?

— ¿Peluches? ¿De qué estás hablando? —parece que sale de un sueño.

— ¿De qué estás hablando tú?

— Yo de lo de ayer. Y por lo que veo tú no le das importancia —me reprocha.

— Salió bien, ya está. Ahora ayúdame a elegir uno —suelto el peluche.

— No me habías dicho que te gustara el arte. Y tampoco esperaba que dijeses eso —insiste y suspiro.

— No le di importancia —continúo mirando los juguetes—. ¿Crees que este le gustará?

— Pues sí la tiene. Podríamos haber ido a cualquier sitio a ver cuadros o... lo que sea te guste.

— Si te soy sincera, no he visto mucho de Los Ángeles más allá de hospitales, el colegio o mi calle, quitando alguna playa y casa abandonada —comento distraídamente—. ¿La dejarán tener juguetes en el hospital?

— ¿No has ido al muelle? —por fin me presta atención.

— ¿Me estás escuchando? Tenemos que coger el regalo para Lily y tú solo hablas de lo mismo —le encaro.

— Lo siento, pero no puedo quitármelo de la cabeza. ¿Cómo se te ocurrió decir eso?

— Fui sincera —me defiendo—. No creo que tu padre lleve bien lo de mentir.

— Ahí tienes razón pero... ¿tanto?

— Fue lo que me salió. Ah, y de nada por defenderte.

— Podía hacerlo yo —se yergue.

— Ya... No te voy a tomar en cuenta que me enseñases como un objeto delante de él porque...yo qué sé porqué.

— Me quieres —intenta abrazarme.

— No qué va —me giro y hago como si no estuviera.

— Ahora no lo niegues. ¿Lo dijiste en frente de mi padre y cuando estamos solos no? Sabes que haría lo que fuera por ti, porque yo sí que te... —no le dejo continuar y cierro los ojos con fuerza para callarle con un largo beso. Algo en mi interior se siente terriblemente culpable— Y supongo que seguirás diciendo que no.

— Eres...un entretenimiento —me alejo contoneándome por el pasillo, pensando cómo va a reaccionar.

— No te creo —me susurra al oído al agarrarme por la cintura—. Sé que me quieres y conseguiré que lo digas.

— ¿Nunca te han dicho lo pesado que puedes llegar a ser? —me giro.

Estamos en medio del pasillo, ante la vista de niños con sus padres. Alguno se detiene a mirarnos cuando me besa, incluso nos regañan, y me hacen reírme con fuerza. Estoy de buen humor, y ni siquiera una panda de hipócritas va a arruinarme el día. Permiten que sus hijos vean violencia en la televisión, que cojan pistolas, y se escandalizan y quejan cuando dos jóvenes demuestran lo que sienten. Y me encantaría continuar así durante horas, con sus brazos a mi alrededor, sujetándome cerca de él y dándome todo el amor que jamás pude imaginar. Sí, es una sensación increíble, pero tenemos que parar en un momento, estamos en medio de una tienda, tenemos cosas que hacer. Simplemente no es el momento ni el lugar. Intento separarme, pero él me abraza con más fuerza e intenta seguir besándome sin conseguirlo.

Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora