Capítulo 1

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¡Por fin! —exclamo y me levanto de la mesa.

— ¿Adónde vas?

— Fuera —saco un cigarrillo del paquete de tabaco y la bolsita que lo acompaña. Después, sin que lo vea, me lo guardo en el bolsillo.

— No he dicho que puedas salir —el intercambio pasa y no me va a dar tiempo a nada como siga así.

— El timbre significa que salgamos, y yo, obedezco —salgo de clase sin darla oportunidad de contestarme.

El pasillo se va llenando de todo tipo de estudiantes, de todas las edades, etnias... o bandas. Es lo que tiene Harlem, no es un mal barrio si sabes con quién relacionarte. O mejor dicho, con quien no. Sí, las noticias se ceban con nosotros, publican lo que ocurre y lo que temen que ocurra por igual, pero no es para tanto. Ya que las autoridades no se dignan a aparecer por aquí todas las veces que se les requiere, nosotros mantenemos el orden. Un orden algo inestable y tenso, pero un orden al fin y al cabo.

— ¡Oye! La autoridad soy yo. Voy a decírselo al tutor y esta vez te expulsarán.

Oigo a la profesora gritar, no sé cómo pero su voz siempre consigue llegar a mí a través del ruido del pasillo, da igual la hora a la que salga o lo cansada que esté. Y en verdad ya lo estoy bastante, lleva con la misma cantinela casi desde que empezó el curso, y teniendo en cuenta que estamos terminando, ya es decir mucho. No sé cómo no he saltado hasta ahora, supongo que mis escapadas al baño entre clases influyen.

Por suerte nadie repara en mí y cuando llego a mi destino lo hago tranquilamente, con la calma que te puede proporcionar algo tan metódico como abrir el cigarro, mezclar el tabaco con el contenido de la bolsita y cerrarlo cuando tiene el tono verde que me interesa. Todo se siente distinto una vez entre los labios, encendido y consumiéndose con cada calada. Algo en mí hace que me relaje, que las preocupaciones vuelen con el humo y salgan por la ventana junto a él. Supongo que por eso no contesto a Jess cuando entra de golpe; por eso y porque es mi mejor amiga, si hay alguien que me pueda hablar así es ella: me conoce, sabe por lo que pasamos cada día, cómo tenemos que aguantar las continuas burlas, miradas, gestos...

El resto no tiene ni idea. Para ellos somos sólo una pandilla conflictiva, se entrometen en asuntos que no les conciernen. Algunos dirían que lo hace por nuestro bien, incluyendo a mis padres cuando me prohíben estar con mis amigos, o el resto de la gente que no para de intentar convencerme de que estoy echando mi vida a perder. Ya no soy la cría de trece años que llegaba pronto a casa y bajaba la cabeza cuando oía o veía algo que no le gustaba. Ahora sé lo que hago, no necesito niñeras.

— Baby, esta vez te has pasado —tomo una larga calada—. Es verdad lo del tutor, ha salido directa a buscarle. Y sabes que con esto —me quita el cigarro de la mano— ya estás fuera.

— Trae. Mejor, así salgo de esta mierda de sitio de una vez. No puedes hablar, ni solucionar tus problemas por ti mismo...

— Porque tu forma de hablar es humillando y solucionas los problemas a golpes.

— Así se ha hecho toda la vida, y así seguirán después de nosotras. La ley del más fuerte no la impuse yo —me encojo de hombros, manteniendo la mirada a las chicas que acaban de entrar.

— Dame un poco, anda.

— Jessica, te expulsarán —sonrío y le dejo una pequeña calada—. Venga, vete, no quiero meterte en más líos.

Algo que me gusta de ella es que sabe reconocer cuándo debe hacerme caso, y este es uno de esos momentos. Ninguna está en posición de liarla más, y eso que ella mantiene un perfil mucho más bajo que yo, pero supongo que siempre tendrán en cuenta que es latina y sus notas no son las mejores, mientras que yo, por suerte, he conseguido mantener una media decente con no demasiado estudio. Pero ahora no quiero pensar en eso, no quiero pensar en nada. Cuantas más caladas llevo, más fácil es dejar la mente en blanco hasta que el siguiente timbre suena. Un momento, eso no es el timbre, es la alarma de incendios. Termino el cigarro apresuradamente y vuelvo al pasillo, ahora tan alborotado como cualquier manada de animales salvajes. Puede que todos aquí seamos diferentes, pero hay algo que une a todos los estudiantes del mundo: las ganas nulas de clase. Y si encontramos una oportunidad para escaquearnos sin consecuencias, vamos de cabeza. Veo a algunos profesores ser arrastrados con el resto, intentando poner calma, y no puedo evitar reírme, sus caras son simplemente lo mejor del día.

Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora