Capítulo 33

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Me dejaron en al garaje y salí por mi propio pie de la caja, rompiéndola a puñetazos. Frank ha decidido no devolverme la navaja, y no he tenido forma de abrir el precinto. No voy a quejarme más, me ha venido bien para desahogarme y sacar la ira y la frustración de dentro, no obstante, sigo necesitando algo con lo que defenderme. Pero todo aquí está vacío, la sala de armas y el sótano-gimnasio cerrado con llave. Me aburro sólo de pensar que voy a tener que estar aquí, sola, durante un tiempo indefinido. He estado horas buscando una maldita sartén, por supuesto sin éxito, y tampoco tengo nada en la nevera o en los armarios. No sé, si planeaban traerme aquí podrían haber pensado en que necesito comer de vez en cuando. En realidad no tengo ni pizca de hambre, tengo el estómago revuelto por todo lo que ha pasado en el día y el constante movimiento de la estúpida caja, sin embargo, es una buena distracción. Ni siquiera puedo salir al patio.

Ante el aburrimiento, acabo corriendo de un lado a otro de la casa, escaleras arriba y abajo para asegurarme de que todo esto sigue sucediendo y no es otra maldita pesadilla. Tengo que tumbarme en el sofá para descansar el resto del tiempo, todavía tengo el cuerpo entumecido y necesito descansar, por mucho que lo odie en realidad. No es hasta que el reloj da las cuatro de la tarde que me levanto al oír cómo llaman a la puerta. Me oculto por entre las cortinas de la ventana para poder mirar a la puerta, no obstante, no consigo ver nada y me resigno a abrir desde una distancia prudencial, así puedo defenderme en cualquier caso.

— Pensaba que eras más inteligente. Fuera de las ventanas —Frank me aparta y se asegura de que las cortinas están bien echadas.

— Necesito que me abras el sótano.

— Te traigo comida para un mes y sartenes. Espero que sepas cocinar.

— Qué remedio —ojeo las bolsas mientras él abre la puerta del sótano— ¿Sólo traes esto? Necesito algo con lo que defenderme, aquí no hay nada útil.

— Nadie sabrá que estás aquí. Si te hace sentir mejor podemos ponerte a alguien en la puerta. De todas formas pasaremos a verte todas las semanas.

¿Semanas? ¿Cuánto tiempo planean que me quede en esta casa a medio abandonar? Si fuera poco, no hubiera dicho eso, habría mencionado cada X días, no esta locura. Al menos tengo el gimnasio abierto, ahí podré entretenerme un rato, aunque no sé si será lo mejor tenerlo como única diversión. Suena algo triste, la verdad.

¾ No, Frank —me echo el pelo atrás para ocultar mi preocupación—, quiero algo para mí. Y algo más para no aburrirme. Esto parece una maldita cárcel.

¾ Apenas llevas unas horas y ya te estás quejando. Yo no te he enseñado eso.

¾ No, me has enseñado a exigir lo que es mío. Y la navaja es mía, al menos.

¾ Da gracias a que te permito tener cubiertos, viendo tu historial.

¾ Golpe bajo, papá —murmuro. Quizá sea lo mejor.

¾ ¿Crees que puedes aguantar un poco? —me pone una mano en el hombro en un extraño gesto de apoyo; yo asiento con la cabeza, algo insegura— No podré venir todo lo que me gustaría, tengo que ser la cara pública.

¾ Lo entiendo, de verdad. Sólo...cuida de Lily, por favor. No permitas que...

¾ Alexander la tiene bajo su protección, no tienes por qué preocuparte. Ten.

Me ofrece un teléfono móvil y lo cojo sin rechistar. Entiendo que por lo que él tiene que pasar no debe ser mucho mejor, tendrá que sufrir su tapadera como nunca, demostrar un dolor que, espero, al menos sea un poco real. Y a eso hay que sumarle todo el trabajo de oficina que implica acusar formalmente al mayor capo del estado, por no decir del país.

Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora