Capítulo 37

4 0 0
                                    

Avanzo de la mano con PJ por el parque donde hemos estado antes. No hay nadie excepto un grupo de hombres trajeados, liderados por otro aparentemente menos amenazador. No distingo si están armados, pero por alguna razón no parece preocuparme demasiado.

Poco a poco reducen las distancias hasta rodearnos. Su líder nos mira con desprecio y fija sus gélidos ojos azules en nuestras manos entrelazadas.

— Suéltala —le ordena.

— No. Es mía —PJ me rodea con los brazos y me atrae más hacia él.

— Nunca lo fue. Tú sólo la preparaste para mí, estúpido.

Como respuesta al insulto PJ me abraza con más fuerza y se prepara para besarme. En el momento en el que sus labios se posan sobre los míos oigo un sonido seco y se desploma en el suelo. El autor del disparo me dedica una dulce sonrisa y se la devuelvo. Me tiende la mano y le ofrezco la mía, que la sujeta con firmeza para ayudarme a pasar por el cuerpo inerte de PJ, pisando el charco de sangre que no para de crecer con mis pies descalzos, sintiendo la calidez entre los dedos y cómo se enfría lentamente.

Alex me recibe con los brazos abiertos, dispuesto a estrecharme por la eternidad, como si lo que acabara de ocurrir era lo que debería, siendo lo más normal del mundo; para mí no es distinto, ni siquiera me afecta sentir los pies pringosos, haber mirado a los ojos al cadáver del chico. Ni siquiera me he parado a mirarle dos veces. No se merece tanta atención. Por el contrario, el hijo del mafioso parece ser todo lo que existe en el mundo, tiene sus ojos clavados en mí y no tengo reparo en hacer lo mismo, en ver esa ternura en cada movimiento hasta que estamos juntos de nuevo. Le rodeo la cintura para ponerme de puntillas y plantar un suave beso en sus labios, esperando que abra la boca bajo la mía. No tarda mucho en ceder y, con la misma suavidad que me trata, coloco la pistola en su estómago y aprieto el gatillo.

Una sonrisa se forma en mi cara al ver su cuerpo caer con un gesto de incredulidad, escupiendo sangre y quedando inmóvil en el suelo. Mi trabajo está hecho.

Me despierto empapada en sudor e implorando aire. Siento que me ahogo tras gritar hasta quedarme sin voz, aún horrorizada por lo que acaba de pasar. Miro alrededor y encuentro a PJ sentado en la cama de mi habitación a mi lado. Supongo que me habrá traído hasta aquí, no recuerdo haber venido por mi propio pie. Tengo el puño cerrado con tanta fuerza que me he clavado las uñas en las palmas y, al deshacerlo, siento los dedos entumecidos. Me fijo en él y la imagen del sueño se implanta en mi mente; tengo que lanzarme a abrazarle para asegurarme que está bien, que no le han hecho nada, que sigue a mi lado. En seguida siento sus dedos acariciándome el pelo, tranquilizándome en silencio hasta que nuestras respiraciones se igualan y el fuego de mis pulmones y garganta desaparece poco a poco. ¿Qué tipo de persona soy? Nadie en su sano juicio tendría un sueño siquiera parecido. Soy una maldita asesina hasta en sueños, mi subconsciente me conoce mejor que nadie, no quiere que olvide todo el daño que he causado. Por eso no hay problema, esa culpa me acompañará el resto de mi vida.

Siento cómo le aprieto el hombro buscando algo a lo que aferrarme, algo que me mantenga aquí y no me deje escapar, que calme mi mente. Y él, aunque no creo que sea la persona adecuada, puede hacerlo, me quiere y está dispuesto a ser ese ancla aunque mis sentimientos por él continúen siendo confusos. No es justo, pero es su decisión.

Me recuesta de nuevo en la cama como a una niña pequeña a la que debe proteger, y en cierto modo es lo que necesito, por lo que le sujeto del brazo cuando intenta levantarse para retenerle a mi lado. Acepta que le dé un ligero beso con los ojos cerrados antes de acostarse a mi lado, con sus brazos a mi alrededor, acunándome hasta que vuelvo a quedarme dormida en un sueño agitado. Cuando vuelvo a despertarme, siento un cosquilleo en el brazo, y cuando veo que es él quien está haciéndolo con sus dedos, para de inmediato. No era desagradable, de hecho casi extrañaba el contacto humano. Tantas horas a solas pasan factura, y sin recibir verdadero cariño, se hacen mucho peor.

Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora