Capítulo 12

9 0 0
                                    

No dejo de sorprenderme conmigo misma. Llevo algo más de un par de meses aquí, y reconozco que me está llegando a gustar. El tiempo es mucho mejor, es más cálido, y se nota en todo. Es cierto que en Nueva York había gente sin importar el clima o la época del año, pero no es lo mismo que aquí; allí siempre eran turistas, gente que no hacía caso de más de sí mismos, de sus fotografías y de comprar los típicos souvenir, pero aquí la gran mayoría es gente local, tranquila y relajada que pasea de un lado a otro. Me gusta ver la calle llena, a las personas saludándose entre sí y estando en familia. Y esto sin mencionar la playa. Dios, cómo me gusta la playa. El sonido del océano es lo más relajante que he escuchado en mi vida, con los gritos de la multitud incluidos. Más de un día me he escapado —y pienso seguir haciéndolo— para sentarme en la arena y observar el océano y a los surfistas de Venice Beach. Me gusta verlos practicar, se caen y se vuelven a levantar como si no hubiera ocurrido nada, como si estuvieran solos en el mundo. Creo que tenemos mucho que aprender de su espíritu. Quizá un día intente aprender, siempre ha sido un deporte que ha llamado mi atención, pero en Nueva York era complicado, obviamente. Cuando salga Lily del hospital tendré más tiempo y puede que me la traiga conmigo a la playa, seguro que le encanta. Está mejorando bastante, tiene las quemaduras casi curadas y habla con todas las enfermeras y niños sin ningún problema. Todavía tengo que pensar dónde voy a meterla cuando salga, supongo que vendrá al apartamento, aunque no creo que a mis padres les guste. Todo sea intentarlo. El caso es que ella parece feliz por ahora, se ha acostumbrado a que vaya a verla a días intermitentes y no me tiene en cuenta cuando no voy; de hecho hablé con un par de enfermeros y me recomendaron darle espacio para que no desarrollara dependencia. Por eso cada vez que falto a clase o me escapo no voy con ella, tengo que controlarme para no ver esa dulce carita que me alegra los días, sólo Lily podría arreglar un día horrible, que últimamente se están multiplicando. La mayoría de esos días simplemente cojo el coche y me dedico a ''explorar'', sigo las carreteras según intuición y he llegado a conocer barrios bastante interesantes, parecidos a Harlem, incluso, y otros mucho más exclusivos. Es curioso cómo convive el lujo con la extrema pobreza. Aquí es más patente que en cualquier otro sitio que haya estado, es la única pega que le pondría, cómo la gente cierra los ojos ante lo que consideran desagradable, su actitud tan pasiva y a la vez reivindicadora. Parece más complicado de lo que es en realidad, basta con hablar una y otra vez de lo mal que están las cosas, de lo que se necesita un cambio, y quedarse en el sofá viendo la televisión, ir al mismo bar de siempre a fanfarronear...

No soporto eso, la maldita hipocresía de la que está lleno el mundo. Y no tengo problema en decirlo a quien me lo parece, el problema está en que son las personas menos indicadas. Sé que no debo por la misión, que tengo que aguantarme lo que pienso, y es cierto que muchas veces lo intento, pero otras muchas no lo consigo y acabo expulsada de clase. De nuevo.

Entre eso y mi relación con Alexander, hay días que no se llevan nada bien. Poco a poco hemos empezado a aceptarnos el uno al otro, y aunque ni yo sé lo que quiero, es cierto que me gusta el punto al que hemos llegado ahora mismo. Se podría decir que tenemos una especie de amistad, extraña, sí, pero hablamos bastante y parece que está confiando en mí. Siempre estamos juntos, incluso cuando él tiene algún ligue rondándole, y quizá más de lo que debería. Tenemos una especie de juego, una manera especial de interactuar: él siempre se acerca, fanfarronea un rato, yo me meto con él y acabamos riéndonos. Es sencillo, tanto que cuando alguien intenta meterse en medio acaba perdido y tiene que dejarnos solos. Es un coqueteo inocente, lo prometo, él no llega más allá de unas caricias y a mí me gusta provocarle, resulta más divertido de lo que pensé, siempre acaba frustrado y enfadado un par de clases y luego vuelve a la carga. Aunque si está en un buen día, me sigue el juego y acaba provocándome a mí. Yo sí que me enfado cuando pasa. No con él, él hace bien en intentarlo, yo le he dejado que lo haga; con quien me enfado es conmigo misma. No puedo distraerme así, no puedo dejarme llevar por un chico como si nada. No ahora. Lo primero es la misión.

Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora