Capítulo 38

3 0 0
                                    

Anne me levanta al amanecer para poder hablar a solas; yo pensaba que podría librarme de esa charla, al menos por hoy. No estoy de humor. Anoche cuando PJ se fue volví a coger la navaja. Y esta vez no pude pararme a tiempo. Sabía que mi madre me revisaría los brazos, así que, aunque era algo más complicado, opté por la cadera, justo por encima del hueso. Esta vez tampoco fue suficiente con un solo corte. No me hizo sentir mejor, pero al menos me hizo sentir algo, aunque para ello tuve que marcarme más de lo que planeaba. No tengo vendas, ni gasas, por lo que he tenido que optar por cortar una camiseta e improvisar algo para impedir que sangrara. Entre unas cosas y otras, prácticamente estoy viviendo de nuevo con ropa ancha, y estoy volviendo a encontrarle el gusto. Sin embargo, reconozco que echo de menos mis vaqueros, vestirme bien para gustarme a mí misma. Así parezco un extraño muñeco, pequeña en mi propia ropa, ajena al mundo.

Mi madre me tiende una taza de café y, para mi alivio, decide comenzar la conversación. No sabría qué decirle, o cómo; aún tengo el sentimiento de culpa por todo lo de anoche, no quiero que sepa que la he defraudado.

— Sigues sin apenas comer, ¿verdad?

— No tengo hambre —me encojo de hombros—. Pero...sé que no estoy bien, voy a intentar...

— No quiero que lo intentes. Quiero que lo consigas. Debes engordar cinco kilos como mínimo, Alice, ahora estás demasiado débil como para contar contigo.

— Puedo disparar, con eso debería bastar.

— ¿Y si te quedas sin munición? Sé que tienes buena puntería, muy buena, de hecho —añade antes de que pueda protestar—, pero no puedes defenderte cuerpo a cuerpo. Pediré permiso para poder quedarme contigo un tiempo.

— Gracias, mamá —sí, la necesito a mi lado; necesito a alguien que me impida hacer todas estas locuras, y ella es la indicada.

— A propósito, los de arriba han dicho que necesitamos otro testimonio para poder meterle entre rejas —da un sorbo a su café, pensativa; me mira directamente a los ojos antes de soltar la bomba—. Quieren...el de Alexander

Tomo una profunda bocanada de aire y dejo la taza en la mesa. Duele oír su nombre de nuevo, y mucho más si implica algo así. Intento calmarme, pensar con calma para responder bien, para no gritar lo que se me está pasando por la cabeza.

— Y, ¿se puede saber cómo pretenden conseguirlo? —se queda mirándome— No, eso sí que no. ¿Qué quieren que haga? ¿Ir y decir: «Hola, Alex, resulta que sigo viva, perdona por abandonarte y utilizarte pero ¿te importaría traicionar a tu padre?»? —hago uso de mi tono sarcástico.

— Eres la única forma de acceder a él. Y quizá si le cuentas lo que te dijo Moore...

— A saber qué porquería le habrá metido en la cabeza —protesto—. ¿Soy la única que se acuerda de que estoy muerta?

— Cuéntale lo que pasó con su padre; quizá comprenda lo que tuviste que hacer. No es la primera vez que alguien importante desaparece de su vida.

— Precisamente por eso. Estará dolido, no me creerá. No hay por donde cogerlo, Anne, es una tontería pensar siquiera que...

— No hay pruebas suficientes para encerrarle, Alice —suelta de sopetón.

— ¿Qué estás diciendo? He recopilado montañas de información...

— La mayoría son conjeturas.

— ¡Pasaron de verdad! —golpeo la mesa—. ¿Me vas a decir que ese tipo torturado fue cosa de mi imaginación?

— No se puede demostrar en un juicio, será su palabra contra la tuya. Todo es circunstancial, y tiene una horda de abogados que harán que se eliminen.

Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora