Prólogo

44 4 4
                                    

Nunca olvidaría el tiempo que pasó junto a ella. Tenían la misma edad, pero ella le llevaba años de ventaja. Conocía la vida como él jamás había soñado, siempre rodeado de todo lo relacionado con el trabajo de su padre. Aislado. Por esto, a pesar de su juventud, creía que no volvería a sentir nada tan intenso. Ni siquiera el más profundo dolor podría compararse con la época que estuvieron juntos.

Ella, con tan sólo diecisiete años, le enseñó el mundo y le dio una razón por la que vivir. A pesar de llevar toda la vida en el mismo colegio, no terminaba de encajar. Era un chico retraído, solitario y poco sociable. Algunos le temían por culpa de su progenitor y otros le envidiaban, pues podía tener la chica que quisiera con su actitud misteriosa, para él natural, y su físico —alto, moreno de piel, pelo negro y una marcada sonrisa que empezó aparecer cuando se conocieron. Todo esto rematado por unos grandes ojos azules como el mar Caribe—; de todas formas, sólo una consiguió que se abriera al resto de la gente y que descubriera que los finales felices podían existir realmente.

Se equivocaba. Un tiempo después descubrió que las verdaderas historias nunca tienen un final. Siempre quedará algo que, aunque parezca que se ha acabado, hará revivir todos esos recuerdos y la historia seguirá sin poderse evitar.

Ella era extrovertida y divertida. Él aprendió a ser igual, a contentarla, convirtiéndose en un amor sincero, inocente, fugaz. Él la agarró con fuerza, intentó evitarlo, no obstante, fue tanta presión lo que les quebró. Se implicó en la vida de su novio; se dejó llevar por los lujos y el poder; y cuando quiso salir, fue demasiado tarde. Él, sin motivo alguno, se quedó solo de una día para otro. Ella, sin entender nada, desapareció.

La buscó sin descanso durante días, meses; pero, al final, su padre le hizo entender que todo en la vida viene y va, que lo mejor es aprovechar lo que ofrecen las personas durante el tiempo necesario, obtener lo que ofrecen y necesitas y no implicarse; llegar más allá era de estúpidos, el amor está sobrevalorado: embrutece, provoca inestabilidad, sufrimiento y una distracción que no se puede permitir. Debilita.

Él hizo de las palabras que su padre le confió una religión. A partir de entonces se hizo respetar y, sobre todo, admirado, en el instituto, en cada lugar que pisaba. Utilizaba a las chicas que podrían interesarle, o que simplemente se acercaran demasiado, lo que teniendo en cuenta su actitud chulesca, su físico trabajado y su labia, no resultaba nada complicado. Se especializó en todo tipo de mujeres: altas, bajas, tímidas, descaradas, adultas, adolescentes, extranjeras que buscaban un guía y se llevaban una noche entre sábanas revueltas y una mañana de desilusión al comprobar que su príncipe azul se había convertido en sapo y había saltado por la ventana...

Sin embargo, toda la experiencia de los tres años de absoluto libertinaje y, por supuesto, todas las clases de excesos, no le sirvieron de nada cuando el amor volvió a llamar a su puerta. Tras conocerla, se quedó tan impresionado y confuso a la vez, que no pudo evitar buscarla y mover los hilos necesarios para estar en la misma clase que ella, una vez averiguado el curso que estudiaría y tener la tremenda suerte de ser el mismo que el suyo, ya que sabía que iba a incorporarse al mismo instituto que él.

Y es que no podía evitar recordar a su primer amor, Sarah, cada vez que pensaba en el encuentro con la chica nueva, pues a pesar de sus diferencias físicas, ambas tenían aquel brillo de vida y misterio en sus ojos que pararía el corazón a cualquier chico de la misma manera que le había ocurrido a él. Y lo mejor es que ni se daban cuenta de aquello, lo que aumentaba su atractivo y hacía todo aquello mucho más excitante.

Pero hay algo de lo que estabaseguro: no eran como el resto de chicas y tendría que esforzarse al máximo parapoder conseguirlas a ambas. Sarah se fue, pero no permitiría que Alice se leescapara. 

Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora