Capítulo 23

5 0 0
                                    

Despierto de un sobresalto por la pesadilla de la que he conseguido escapar, aunque no recuerdo nada. Últimamente he estado teniendo bastantes, pero nunca consigo saber sobre qué, sólo me despierto asustada y con un peso en el pecho; creo que es mejor que no me acuerde, al menos no tendré que preocuparme por mis sueños extraños. Ya es algo. Cierro los ojos de nuevo y doy largos tragos de aire hasta que mi pecho adopta un ritmo normal; dejándome caer sobre el asiento trasero del coche mientras Alex me acaricia la frente con suavidad, ayudando a calmarme.

— Tranquila —me susurra y veo cómo le aprieto con tanta fuerza la mano que parece cortarle la circulación, así que aflojo la presión

— ¿Qué...qué hago aquí? ¿Qué ha pasado? —digo, tomando constancia de mi cuerpo.

— Te quedaste dormida y te he traído al coche.

— ¿Qué hora es? ¿Tarde? —me incorporo.

— Depende de para qué. Lo primero es comer algo.

— No tengo hambre —tengo la boca pastosa—. Hora, por favor.

— Las siete. Cenamos algo, damos un beso a tu hermanita y vas a casa a dormir, ¿entendido?

— ¡¿Las siete?! No puede ser, si hace un momento... —miro por la ventanilla.

— Has dormido muy profundo. Ni te inmutaste cuando te empecé a sobar —me fijo en él y le doy un golpe amistoso en el brazo.

— No tiene gracia —sonrío—. Tendré que quedarme más horas en el trabajo por no ir hoy.

— Estabas enferma. Pídele a tu amigo el médico que te haga un justificante —suena con cierta inquina—. No podrán decirte nada.

— Se llama Tom —le reprimo con la mirada.

Me fijo en que estamos en el asiento trasero y que no ha tocado la parte delantera, por suerte, y no ha podido ver ni la pistola ni tocar la guantera; de todas formas tengo la llave de colgante y aún sigue en su sitio, en caso de intento de robo empezaría a pitar para avisarme. Sería bastante curioso verme intentando explicar cualquiera de esas cosas. No quiero vivir eso bajo ninguna circunstancia. Puede que sólo lleve despierta un par de minutos, pero siento cómo estoy de mejor humor, llevaba mucho tiempo sin dormir tantas horas seguidas, y ni siquiera una estúpida pesadilla lo arruina.

— ¿Has comido algo?

— No iba a dejarte sola. Vamos a la cafetería del hospital, mejor, así tardaremos menos y, si quieres, yo conduzco de vuelta y para que puedas dormir.

— Gracias —le beso—. Sí a lo de la cafetería y no a lo de conducir.

— Ya empiezas a ser tú —sonreímos—. Tu coche, tu tesoro —abro la boca, pero no me deja continuar—. Lo sé, lo sé: soy el mejor novio del mundo por comprenderte y bla bla bla —dice con tono cansino y le resta importancia con un ademán de la mano.

— No era eso lo que iba a decir, precisamente —le beso con suavidad—. Idiota.

Se hace el ofendido unos segundos antes de corresponderme el beso no obstante, con que le enganche el labio inferior con los míos está más que convencido, incluso lo intensifica cogiéndome por la cintura y abrazándome con fuerza, impidiendo que me separe. Rápidamente, cada beso comienza a tener otra intención, haciéndose más largo y profundo, siendo acompañado de caricias por mi espalda y los costados que me hacen estremecer, perder el poco aliento que consigo entre besos, respirando tan sólo el aire que sale de su boca. Necesito toda mi fuerza de voluntad para apartarle cuando empieza a bajar por el cuello, acariciándome con los labios con suavidad.

Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora