Capítulo I.

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Capítulo uno: Nathaniel

Aquella mañana nublada en Washington, la cafetería Silverdale estaba atiborrada. No era normal para ser las nueve treinta.

Esperé con toda la paciencia que encontré en mi sistema y me distraje con un juego instalado en el móvil. Cuando me di cuenta, la fila ya estaba avanzando y pronto llegué a la caja.

—Buen día, Roxanne —saludé con calidez a la chica que ya conocía desde tiempo atrás. Llevaba casi seis meses atendiéndome.

—Buen día, Nate. Luces radiante. ¿Lo mismo de siempre?

—Gracias, y por favor.

Roxanne asintió y movió hábilmente sus dedos a lo largo de la pantalla táctil con la que atendía a los clientes. Pronto mi orden ya estaría siendo preparada.

—Esto podría tardar un poco, lo siento. Chica nueva —mordió el interior de su mejilla y yo me reí. Le entregué el billete de diez y me devolvió el cambio enseguida—. Estoy agotada —le echó un último vistazo al local y, cuando vio que yo era el último en la fila, pareció volver a respirar.

—Puedo notarlo. Ayer no te vi.

—Recogí a mi mejor amiga en el aeropuerto y me tomé el día para enseñarle los alrededores —sonrió y movió la cabeza de un lado a otro, haciendo que su cabello castaño y liso se moviera con gracia.

—¿Es la chica nueva?

—Síp.

—Así que no es de Washington. No sabe que aquí el mundo avanza más rápido.

—No seas tan cruel.

—¿De dónde es la foránea?

—Boston —contestó—. Y no se te ocurra burlarte, ¿eh? También soy de allá.

—Espero que se acostumbre rápido.

—Capuchino grande, doble descafeinado, sin grasa, extra seco para Nate —habló una voz femenina al otro lado de la barra. Sólo pude ver cómo se movió su cabello negro después de dejar mi vaso a lado de una servilleta.

—No tardó demasiado —le agradecí a Roxanne amablemente y tomé mi pedido. Era hora de ir a trabajar.

—¡Disfruta tu no-cafeína! —Indicó. Luego se volteó hacia la otra chica y escuché que se reían. Me detuve en la puerta para leer un correo electrónico de la secretaria de mi padre: esa mañana tenía una reunión con Amelia Vortex, la nueva pasante.

—Te dije que era mala idea. Volveré para el turno de la noche y te cubriré en la caja, ¿de acuerdo? —Dijo la otra. Roxanne bufó.

—No lo necesito. Yo trabajo de tiempo completo, tú encárgate de las bebidas.

—Por favor, por favor...

—¡Bien! Te dejo la caja.

—Te quiero tanto.

Me guardé el teléfono en el interior del saco y de nuevo volteé para, al menos, conocer el rostro de la persona que había perdido la cabeza en la cocina.
Otra vez, lo único que pude ver fue la puerta de empleados cerrándose con fuerza.

                                (...)

Shay, la secretaria de papá, ya estaba sentada en su escritorio y con la vista bien pegada a la pantalla del ordenador. Cuando llegué, levantó una ceja en mi dirección, como siempre lo hacía y era su modo de saludar.

De amores y senadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora