Capítulo XII.

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Capítulo doce: Amelia – La gala

El viento nos golpeaba en la cara a Lily, Quentin y a mí. Era cálido y nos despeinaba sin piedad. No nos importaba mucho porque estar en ese lugar significaba que pronto veríamos a nuestro padre. Él se había ido a un viaje de negocios y ya estábamos acostumbrados a recibirlo en el helipuerto.

Eran casi las ocho, ya no debía tardar.

—Estoy muriéndome de hambre —se quejó Lily cruzando los brazos. Quentin y yo giramos la cabeza como el exorcista en su dirección.

—Nosotros también. Llevamos aquí tanto tiempo como tú —expresó mi hermano con firmeza.

—Bueno, sí... —murmuró ella—. ¿Podemos hablar de algo? Cualquier cosa. El silencio me incomoda demasiado.

—¿De qué quieres hablar? —Me pasé la lengua por los labios y levanté una sola ceja para molestarla.

—¡No hagas eso!

—¿De qué quieres hablar? —Repetí.

—De Declan.

—Aquí vamos —farfulló Quentin levantando la cabeza hacia el cielo que comenzaba a estrellarse.

—No quiero empezar esa conversación —aseguré—. Quentin ya hizo demasiado en traerlo a casa durante estos días y estoy harta de él.

—Pensé que sería una buena idea. Te comportaste como una perra con Declan —los ojos de mi hermano me observaban con frialdad—. No te pido que vuelvas con él, pero sí que arregles las cosas. No fue justa la manera en que lo dejaste.

—¿No fue justa? Él quería detenerme. Me impidió ir a Washington sólo porque quería mantenerme cerca. Sabes lo mucho que odio que me traten como si fuera su propiedad.

—En eso estamos de acuerdo, hermana —Lily levantó la voz para hacerse escuchar—. Quentin, no debiste meterte en la decisión de Amelia. Declan es lindo, sí, pero es un dolor de ovarios.

—¿Qué?

—¡Es un engreído y un pesado!

—Dije que no quería hablar de él —a ambos les eché una mirada de contrariedad  y relajaron los hombros de repente.

El fuerte ruido ocasionado por un helicóptero empezó a hacerse más perceptible mientras se acercaba a nosotros. Un poco más tarde, estaba aterrizando y fue cuando nuestros guardias de seguridad ubicados fuera de las camionetas blindadas se acercaron para recibir a los pasajeros del autogiro.

Papá bajó la escalinata metálica mientras acomodaba el cuello de la camisa afuera de su suéter rojo. Siempre se veía tan profesional, pulcro y elegante. Fui la primera en ser vista por él. Me sonrío un poco, lo normal en Dan Vortex, y luego yo caminé hacia él para encontrarnos con un fuerte abrazo. Sus manos acariciaron mi espalda con ternura y luego me separó para que nos viéramos directamente.

—Eres una belleza, Amy —mencionó con orgullo e hizo que mis pómulos dolieran al sonreír.

—Te extrañé mucho.

—Y yo a ti.

—¡Yo más! —Lily saltó a los brazos de papá y Quentin se rio. Ellos se saludaron tan formalmente que no parecían ser padre e hijo.

—Hola, papá.

—Me alegra ver a la mayoría de mis hijos aquí.

—Estaríamos todos si el mayor no fuera un dolor de cabeza.

—¿Qué pasa con George? —Nos preguntó. Un hombre que ya venía con nosotros desde antes se acercó a él para saludarlo y rápidamente tomar el equipaje de papá.

De amores y senadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora