Capítulo XXVII.

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*El gif es la expresión que tiene Nate en todo este capítulo*

Capítulo veintisiete: Nathaniel – Te doy una salida


Habían pasado tres días desde la última vez que escuché de Amelia. Para mi gran sorpresa, Timothy se había presentado personalmente en el apartamento de Nueva York para decirme que ella le había pedido dinero de mi parte. La verdad fue que me importó muy poco el hecho de que ella no me hablara. Lo entendía.

En fin, terminé dándole tanto dinero como pude solamente porque Tim dijo que necesitaba sobrevivir un par de meses fuera de casa. Lo único que me interesaba era que Amy estuviera bien y a salvo, aunque eso incluyera a ese chico que apenas yo conocía. Tim había dicho que Abel estaba comportándose y que se estaba comprometiendo con ella así como lo hizo conmigo.

Decidí no pensar más en ello.

La única compañía constante que tenía era la de Calum. A pesar de que yo insistía en que él se largara de ahí y que me dejara solo, él no lo hacía. Decía que debía estar con mi mejor amigo en un momento como este, y no se equivocaba. Así estuviéramos en total silencio viendo el resumen del futbol, Cal se quedaba. Se ocupaba de alimentarme, aunque fuera con pizza fría y cerveza embotellada.

Era jueves. Estaba a punto de llover y yo me observaba en el espejo. Tenía una barba que no me gustaba dejar crecer porque luego me encariñaba con ella. No había podido dormir muy bien y eso se notaba en las bolsas debajo de mis ojos. Tampoco tenía ánimos para peinarme o siquiera vestirme decentemente. La tristeza por no tenerla a mi lado me carcomía.

—¿Todavía no te suicidas? —Preguntó Calum desde el otro lado de la puerta—. Avísame cuando vayas a hacerlo para estar prevenido.

Me mojé un poco la cara con agua fría para después salir del baño. Le tiré la toalla mojada y él logró esquivarla con facilidad.

—Lo digo en serio, hermano.

—Sólo cierra la boca. ¿Cómo quedó Green Bay?

—Me importa un carajo Green Bay —soltó de golpe. Enarqué las cejas porque esperaba una respuesta no tan despiadada—. Oye, tus padres llamaron. Hicieron una reservación para cenar, así que iremos con ellos. Mejor date una ducha.

—¿Y qué te hace pensar que quiero salir? —Ignoré la mayoría de sus palabras. Calum y yo parecíamos una pareja, y al decir todo eso pude confirmarlo: teníamos una relación.

—No es que quieras, es que debes. Si desapareces de la faz de la tierra, sólo le echarás más leña al fuego. La prensa está esperando a que des la cara —se dirigió a la cocina para rebuscar en las bolsas de plástico. Se había tomado la molestia, otra vez, de ir al supermercado por provisiones. Sacó un rastrillo plastificado y me lo entregó—. Úsalo. No te queda bien la barba.

—Pareces mi novia, maldita sea —me quejé, pero al mismo tiempo nos reímos. Calum estaba esforzándose por mejorar mis ánimos y yo no debía poner una barrera entre nosotros. Después de todo, había demostrado ser, de verdad, mi mejor amigo—. Bien, lo haré... ¿Esto fue idea de Patrick?

—Sí, por supuesto.

—Gracias.

—De nada. Oye, olvidé preguntar si mis regalos llegaron bien.

—Sí, pero llegaron apenas ayer —bufé. Recordé que había dicho que llegarían a la mañana siguiente de todo el alboroto—. No tenías por qué.

Calum me había enviado un teléfono nuevo, una computadora portátil y una colección de primeras ediciones de William Harrison Ainsworth.

—Esperaba que disminuyeran tu aburrimiento.

De amores y senadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora