Capítulo VIII.

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Capítulo ocho: Amelia - El Hada de Azúcar

           

El Distrito de Columbia es muy bonito de noche. En esa velada, las calles lucían llenas de color y el clima era lo suficientemente templado como para llegar a ser agradable.

Dejé el auto en modo neutral cuando llegué al valet parking del Bistro Bis. El encargado me recibió con una sonrisa y varias miradas indiscretas hacia mi busto.

Había elegido un vestido adecuado para la ocasión, o mejor dicho, Roxanne había atacado mi armario para buscar algo que impresionara a Nathaniel. Era color vino, entallado y largo hasta la mitad de mis rodillas. El escote no era escandaloso, pero lo suficientemente profundo para llamar la atención.

Una vez que entré al lugar, le mencioné a la recepcionista el apellido Van Hollen y en seguida me llevó a la mesa.

Nate ya estaba ahí, y en cuanto vio que me acercaba, se puso de pie.

—Buenas noches, Amy —saludó formalmente una vez que estuvimos solos. Lo descubrí mirando el lunar que tengo debajo de la clavícula izquierda—. Te ves...

—Increíble, lo sé —ambos nos reímos y me ayudó a mover la silla para que pudiera sentarme—. Gracias. Tú también te ves excelente.

—Estoy algo nervioso, disculpa.

Se le notaba. El entrecejo lo tenía muy fruncido y el labio inferior le temblaba.
¿Cuánto daño le había hecho esa chica realmente?

—No te preocupes. ¿Qué te pasó en la cara?

No había notado la ligera inflamación de su barbilla. Un moretón estaba empezando a salirle.

—Me caí.

—Pues qué torpe.

—Amelia...

—Sí, lo sé. Ya veo que estás a dos pasos de entrar en una crisis nerviosa, así que te pediré que te calmes —estiré la mano a lo largo de la mesa para tocar un poco sus dedos—. Sólo no entremos en detalles a menos que sea muy necesario.

—De hecho ya había pensado en todo eso.

—Ah, pues cuéntame...

—Yo voy a empezar a responder cuando ella pregunte y tú me seguirás la corriente.

—Suena como un buen plan.

No quería entrometerme en sus decisiones. La noche había sido organizada por Nate —o eso creía yo. No iba a dejar que algo se arruinara por mi culpa.

Nate y yo no éramos amigos, pero una parte de mí deseaba ayudarlo.

—¿Quieres hablar sobre ese golpe? Porque sé que no es de ninguna caída.

—Tuve una discusión con Calum —respondió después de un rato con la cabeza agachada.

—Dime que no fue sobre mí...

—No lo fue —agregó rápidamente—. Sólo un malentendido.

—¿Y le regresaste el golpe?

Tragó saliva con fuerza.

—Sí, obvio.

—Se lo merece.

—No quiero hablar de Cal.

—Está bien —levanté las manos a modo de derrota y maquiné en mi mente cualquier otro tema de conversación—. Yo... estuve investigando sobre esa ex novia tuya.

De amores y senadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora