Capítulo VI.

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Capítulo seis: Amelia – La novia

Conté quince segundos y luego subí la escalinata hacia el Congreso. Por alguna razón me sentía ansiosa.

Ya habían pasado cinco días desde que Calum decidió aparecerse por arte de magia en Washington y había logrado eludirlo victoriosamente. 

No quería. No estaba de humor para repetirle una y otra vez que lo nuestro había sido una nimiedad, un desliz que cualquier persona comete. Cal no sabía distinguir entre algo casual y algo que realmente valía la pena.

Pero no. De nada sirvió haberlo evitado y haberme escabullido esos días para ni siquiera encontrarme con Nate. Calum estaba esperándome en la entrada, vistiendo un agraciado terno azul marino que constaba de pantalón, saco y chaleco. El nudo de la corbata estaba perfectamente hecho, adornando lo poco que podía verse de su camisa mucho más clara que el resto de las prendas.

—No puede ser —dije entre dientes cuando él empezó a acercarse. Se pasó la mano por el cabello porque sabía que así lucía irresistible.

—Buenos días, Amelia —sonrió de oreja a oreja y estiró la mano para acariciar mi mejilla levemente con su pulgar—. Te ves muy bien esta mañana.

—De acuerdo, gracias. ¿Qué es lo que pretendes, Cal?

—Saludarte nada más —se encogió de hombros tan despreocupadamente que por un momento le creí su indiferencia—. No entiendo por qué te estuviste escondiendo. Te iba a encontrar quisieras o no.

—Este lugar es muy grande. Tenía la esperanza de que regresaras a Europa...

—Querida —pareció burlarse de mí por el tono tan ridículo que utilizó—. Mi gira por allá ya terminó. Yo soy de California, pero estoy aquí porque extraño a Nate. Aunque no lo creas, tengo sentimientos.

—Bien, entonces espero que pasen mucho tiempo de calidad ustedes dos —con destreza, giré sobre mis talones para seguir ignorándolo. Calum McGrath podía provocar muchas cosas en mi interior, así que quería alejarme de eso a toda costa.

—Oye, oye, no tan rápido —alcanzó a tomar mi muñeca y me giró hacia él con mucha facilidad. Sus manos aprisionaron mis antebrazos y me hizo mirarlo fijamente a los ojos—. Ya sé que no quieres que esté cerca de ti porque no te gustará lo que piense la gente, créeme, lo entiendo... Tuve que lidiar con eso muchos años cuando me hice amigo de Nathaniel, pero no merezco tu apatía. Soy una buena persona, maldita sea —se quejó. La voz se le cortó un poco pero mantuvo su pose de soy increíble y caerás a mis pies aunque te resistas.

—¡No es apatía! Ya te lo dije, Calum: no quiero nada contigo —remarqué las pausas entre cada palabra y él tragó saliva con fuerza.

—¿Y eso no es apatía? Mejor dame una buena bofetada y juro que me dolerá menos.

No me daba pena haberlo ignorado. No me sentía mal al respecto porque sencillamente tenía claro lo que quería para mi vida y lo que definitivamente no, pero no fue hasta ese momento en el que escuché el verdadero dolor en su voz.

Cal tenía razón: no merecía ser tratado así, pero yo tampoco iba a obligarme a sentir algo por él.

Sencillamente reconocería que su presencia sería constante y que tenía que acostumbrarme a la idea de tener que bregar con él todo el tiempo.

—¿Hay alguien ahí? —Picó mi frente con su índice unas tres veces antes de que yo volviera a la realidad.

—No hagas eso —expresé con molestia—. Admito que me estoy comportando como una perra, pero no terminas de entender.

De amores y senadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora