Capítulo XLVIII.

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Capítulo cuarenta y ocho: Amelia – Cuando el sol se puso

Él venía detrás de mí. Escuché sus pasos casi al unísono con los míos.

Me topé con una puerta de cristal, la cual te guiaba a una pequeña terraza cuando la abrías. Estaba decorada con unos pequeños arbustos adornados con luces blancas, parecidas a las navideñas. También, un poco alejadas de las plantas, había dos pedestales con antorchas, una en cada esquina, flanqueando un pequeño balcón.

—¿Te encuentras bien? —Preguntó en voz baja. Cuando me giré para encararlo, noté que traía mi bolso entre las manos. Le agradecí con una sonrisa.

—Gracias. Sí, estoy bien.

Calum asintió mientras hacía un puchero.

Una ventisca hizo que mi cabello revoloteara y que mi piel se erizara.

—Toma —se quitó el saco con agilidad y lo colocó sobre mis hombros.

—Gracias, Cal.

Otro segundo más de silencio iba a sofocarme.

—Calum, ¿extrañas a Anna?

—Más de lo que quisiera, y me duele cada día —admitió, y encogió los hombros—. Lo que no extraño es dudar de sus sentimientos.

—Dios, cada vez que dices algo así... Creo que así se siente Nate respecto a mí.

Cal negó con la cabeza suavemente, y rompió un poco con la distancia que nos separaba. Juntó su hombro derecho con mi izquierdo mientras veíamos hacia el resto del jardín. El sol estaba poniéndose a lo lejos.

—Ya no es necesario que pienses en eso. Él ya...

—Ya avanzó —le interrumpí—. Lo sé.

—¿Y cuándo vas a hacerlo tú también, Amy?

Lo miré por el rabillo del ojo y sonreí un poco, empujando levemente su cuerpo con el mío.

—Empecé ese proceso cuando el padre de Nate se disculpó conmigo por su hijo y me invitó el almuerzo. Esas mimosas realmente me ayudaron —reí, y Calum hizo lo mismo.

De un momento a otro, me di cuenta que el ambiente estaba demasiado tenso. Muy incómodo.

Calum y yo nos habíamos hecho más cercanos conforme pasó el tiempo, nos contábamos todo, como si fuéramos los mejores amigos. Salíamos a comer, a los bolos, de vez en cuando al cine... Y él había dejado de intentar hacer movimientos conmigo.

—Deberíamos regresar a bailar. Tal vez así me empiece a sentir mejor.

—¿Estás segura?

La idea de seguir viendo a Mae con su maravilloso vestido de novia embarrándole pastel en la boca a su nuevo esposo para después besarlo no me era del todo grata, pero tendría que vivir con eso. Muy profundamente, estaba feliz por ellos, porque a pesar de todos los obstáculos que estuvieron separándolos, pudieron tener su final feliz.

Todavía con ese pensamiento en la cabeza, asentí, y Calum me tendió su brazo para que me sostuviera de él.

—Lo que sea que te haga feliz.

(...)

Una semana más tarde, había regresado casi todo a la normalidad. Me presentaba en el Congreso desde las nueve de la mañana hasta que el papeleo terminara. A pesar de que Paul Ryan me tenía cierta consideración por ser su sobrina, el trabajo llegaba a absorberme tanto que casi no tenía tiempo para ir a la cafetería. Pasaba unas dos o tres veces a la semana, tomando un turno de cuatro horas. Apenas tenía tiempo para mí, y casi siempre la única compañía que tenía en casa era un pequeño gato callejero que se había metido por la ventana.

De amores y senadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora