Capítulo treinta y uno: Amelia – Un trabajo temporal y otras noticias
Me realicé la prueba ese mismo día, así como el siguiente y tres noches después. En todas, los resultados fueron negativos, y no quise creerlo hasta el quinto, con el cual mis nervios pudieron controlarse poco a poco. Era imposible que yo estuviera embarazada. Confiaba plenamente en la efectividad de los métodos anticonceptivos del siglo veintiuno.
Mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando la campanilla de la entrada sonó. Ya conocía esas piernas enfundadas en pantalones entallados y su manera de caminar. También estaba familiarizada con las miradas curiosas que —siempre— recibía aquel hombre, y lo más raro es que parecía no importarle. De hecho, creo que nunca se percató.
—Hola —me sonrió, dejando un par de sobres en la barra de servicio—. La mayoría de nuestro correo es para ti.
—Gracias —las guardé en el interior de mi delantal y alcancé la taza más cercana para servirle un poco de café del día—. ¿Qué tal tu día? ¿Encontraste algo?
—Nada interesante —admitió mientras bebía el líquido caliente—. No has aparecido en los noticieros desde esa última vez. Me sorprende que no nos hayan encontrado todavía.
—Oh, Abel, créeme: ya nos encontraron. Sólo observan desde lejos nuestros movimientos.
—Estás loca.
—Tres personas ya se presentaron aquí y me llamaron por mi nombre.
Abel volcó los ojos hacia atrás y luego soltó una pequeña risita burlona.
—¿Sí sabías que traes puesto un indicador con tu nombre? —Me señaló—. ¿Lo ves? Estás paranoica. Lo único que se sabe de tu paradero es que estás en Vermont y, para que lo sepas, es un estado bastante grande. Y nadie, jamás, te buscaría en Windsor.
—Es uno de los seis más pequeños de los Estados Unidos...
—Amy —me interrumpió para después atacarme silenciosamente con la mirada.
Habían pasado pocos días, pero ya había aprendido a descifrar —un poco— las expresiones de Abel. Él estaba esforzándose demasiado, muchísimo más de lo que yo esperaba, para tranquilizarme y para que él también pudiera acoplarse a lo que se ahora era nuestra vida.
Después de que nuestros ojos deshicieron el enlace que habíamos formado, se sentó en un banco cerca de la barra. Apoyó los antebrazos en esta.
—Umm, yo... Hablé con Gia hace un rato... —se rascó la nuca para proseguir—. Se escuchaba bastante enojada.
—Por supuesto.
—Oye, no digas nada al respecto —señaló—. Estaría con ella si no fuera por ti.
Ahora me tocó a mí recriminarle en silencio. Un nuevo cliente entró por la puerta, haciendo que mi atención en él tomara un descanso.
—Ya hablamos de esto.
—Lo sé —suspiró. Esperó un minuto a que yo tomara la orden—. Quisiera hablar contigo sobre algo. Es importante —se aclaró la garganta. De pronto parecía nervioso—. Bueno, no esperaré a que me preguntes sobre qué es, creo que eso no va a suceder —terminó por decir después de que vio que me mantuve paralizada—. Pero, antes de hablar con Gia, recibí una llamada. Era del número que Tim utiliza para llamarte, pero no era él. Era, para mi gran, gran sorpresa, el baterista de Division of Verona.
—¿C-cómo...?
—Calum McGrath es muy tartamudo. Cuando dijo quién era, no tardé en investigarlo. Es lo que tengo que hacer para proteger a una princesa como tú —suspiró—. Pero sí. Confirmé que era él y luego encontré que ustedes dos habían estado saliendo. Como sea...
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De amores y senadores
RomanceAmelia y Nate parecían estar hechos el uno para el otro. Pero tal vez no era así. Al menos sus destinos parecían querer tomar caminos diferentes. Después de traiciones, triángulos amorosos, viajes inesperados y escándalos familiares, parecía difícil...