Capítulo II.

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Capítulo dos: Amelia

¿Cómo se suponía que me concentrara mientras tenía a ese par de ojos mirándome? Tartamudeé como nunca lo había hecho, mis manos sudaban y todo lo que había practicado para la entrevista se me había borrado de la mente. El trabajo lo tenía asegurado, sí, pero quería darle una buena impresión. Él también era hijo de un senador, y si lograba convencerlo, podría lograr lo que fuera con cualquier otra persona en el Congreso.

—Aquí dice que estudiaste en Princeton.

—Así es... Ciencia Política y Gobernación.

—¿Graduada con honores?

—Por supuesto. Mi reconocimiento está entre los papeles.

—Naciste y resides en Boston, y como estuviste en Nueva Jersey cuatro años, no creo que tengas problema con venirte a vivir a Washington.

—Ya estoy viviendo aquí, de hecho —carraspeé con nerviosismo y me abofeteé mentalmente.

—No termino de entender por qué tengo que entrevistarte. Lo tienes todo, y según esto el puesto ya lo tienes.

—Son puras formalidades, supongo.

—¿Ya conoces el Capitolio, Amelia?

—Dime Amy, por favor.

—Es pura formalidad —respondió riéndose. Estaba burlándose de mí—. Ven conmigo, por favor. ¿Ya conociste a Shannon?

Nathaniel me dio el paso para salir primero de la oficina. A pesar de ser enorme, esta me tenía sofocada. Él se recargó en el escritorio de la mujer que estaba escribiendo algo en la computadora.

—Amy, ella es Shannon Bauer, la secretaria de los Van Hollen.

—Puedes llamarme Shay, ya hemos estado en contacto —susurró amablemente, pero por el modo con el que habló, me hizo dar cuenta de que no estaba dispuesta a entablar otra conversación más larga mientras trabajaba.

—Nathaniel...

—Ah, sí, en lo que estaba —él siguió caminando con elegancia y yo fui detrás. Toda su persona era increíble para mí, era apuesto, sorprendentemente amable y accesible—. No hay mucho que ver por aquí, Amelia. Estamos en el ala de las oficinas para senadores, las oficinas de los representantes están al otro lado, la Suprema Corte está algo alejada de aquí pero tenemos tiempo para caminar —parloteó—. La Biblioteca, Amy, seguramente te va a encantar...

—Ya lo sé —bufé—. La conozco bien.

—¿Cómo es eso? —Se giró lentamente hacia mí, como si estuviéramos en una película de terror. Se relamió los labios y le pedí a Dios que me amparara.

—Mi padre...

—Ah, seguro es de intendencia.

—¿Qué? —El enojo recorrió todo mi cuerpo y de pronto Nathaniel ya no me pareció atractivo—. ¿Crees que porque busco una pasantía no tengo los mismos recursos que tú?

—Yo no dije eso, Amelia.

—¡Amy!

—¡Yo no dije eso, Amy! —Exclamó con fuerza.

—¡Mi padre es Dan Vortex, imbécil! —Quise gritarlo, pero me contuve. La verdad es que sólo hablé lo suficientemente alto, pero molesta—. Es por eso que estoy aquí, que conozco el Congreso, las Oficinas, las Cámaras, el precioso Jardín Botánico, el Senado también, de pies a cabeza, y por eso la pasantía es mía.

Creo que Nathaniel se hizo en los pantalones porque se mantuvo callado durante un par de segundos, atónito, aturdido. Su cabeza no podía procesar tan rápido su propia estupidez.

De amores y senadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora