Capítulo XXXIV.

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            Capítulo treinta y cuatro: Nathaniel – Lo que pasó en Europa...

Eran casi las siete de la mañana en Roma cuando mi teléfono comenzó a vibrar como loco sobre la mesilla de noche. Al no haber atendido las primeras llamadas, me llegó toda una ronda de mensajes de Roxanne, Timothy e incluso de Lily Vortex. Todos y cada uno pedían que les devolviera las llamadas. La conmoción hizo que obedeciera de inmediato una vez que pude hacer despertar todo mi cerebro.

La noticia me cayó como balde de agua fría y no dudé ni tres segundos en levantarme para empezar a vestirme. No empacaría, no tenía sentido que me llevara nada... Era una emergencia.

—Son ocho horas de vuelo —me recordó Mae como si no estuviera al tanto de la diferencia de horario.

—Mientras más pronto me vaya, mejor.

Salí del baño cuando terminé de ponerme la camiseta. Tomé la chaqueta negra que descansaba sobre el sofá negro de piel junto con una bufanda gris. Mi pasaporte, mis tarjetas bancarias y mi teléfono eran todo lo que necesitaba.

—El jet de la familia está esperando en el aeropuerto. Shay ya lo arregló todo.

—¿Puedo acompañarte?

—No, quédate aquí. Tienes una presentación importante dentro de unas horas.

La verdad era que no quería a Mae a mi lado en el hospital en donde todos estaríamos ahí solamente por Amelia. La situación no ameritaba polémica, que era lo que menos haría falta sabiendo que la hija desaparecida de un senador había regresado... Y se había accidentado gravemente.

—Al menos déjame ir contigo al aeropuerto.

Me giré con rapidez antes de tocar la manija de la puerta principal. Sus ojos brillaban, como si me lo imploraran.

En ese mismo momento quise besarla como nunca por comprenderme tan bien y ser tan paciente. Acarició mi barbilla con los dedos y se puso de puntitas para alcanzar mis labios con los suyos.

—Lo siento mucho, Nate. Por favor...

No podía negarme. Le dije que sí, pero que debíamos irnos ya. No tardó mucho. Se recogió el cabello en una coleta, no le importó ir sin maquillaje y con un conjunto deportivo. Ambos nos subimos al taxi que ya aguardaba por nosotros y llegamos al aeropuerto en menos de veinte minutos.

—Ten buen viaje —me deseó con una sonrisita apagada—. Por favor, avísame cuando llegues... Y... y de verdad espero que ella se encuentre bien... —Al parecer estaba luchando contra sus impulsos por lanzarse a mis brazos y no los pudo contener. Se aferró a mí durante un par de minutos. Pude escuchar el característico sonido de los teléfonos al tomar fotos, pero no me importó—. Creo que nos están grabando —murmuró contra mi ropa.

—Lo sé, da igual.

—Quiero preguntarte algo antes de que te vayas. No quiero quitarte mucho tiempo —dijo en voz queda.

—Adelante.

—¿Qué será de nosotros? Yo volveré a Rusia con mi madre y tú...

—Y yo regresaré a D.C. a mi trabajo. Ahí pertenezco, Mae. Lo sabes.

—Lo sé, lo sé —se aclaró la garganta. De verdad se le dificultaba eso de dejar las cartas sobre la mesa—. Pero...

—Lo que sucedió en Europa, aquí se quedará. Este tiempo contigo fue bueno, reconfortante, pero los dos sabemos que seguimos en la misma situación —suspiré—. Una bailarina no tiene tiempo para mantener una relación seria, y yo... yo sí lo tengo, pero ya lo intenté contigo.

De amores y senadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora