Capítulo XXX.

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Capítulo treinta: Nathaniel – Conversaciones significativas

La música de Louis Armstrong sonaba mientras terminaba de alistarme para el almuerzo. Deshice una vez más el nudo de mi corbata. Tenía la cabeza en otro lado y no podía enfocarme ni siquiera en hacer una presilla decente.

Su cabellera rubia fue visible a través del espejo. Ella atravesó la puerta de mi habitación para acercárseme. Se rio al verme batallar y me hizo retirar las manos para ayudarme.

—¿Qué estás haciendo aquí? —Le pregunté sin una gota de sorpresa por verla tan campante en mi apartamento—. Tú estabas en Nueva York... Dios.

—Sí, lo estaba, pero sólo porque tú estabas ahí. Y Jerome me dijo que irías a ver a John Brennan, así que vengo a ser tu apoyo moral.

—Mira, Mae, ya me siento lo suficientemente presionado por ti. Lo que menos quiero es que estés aquí en estos momentos —le gruñí. Ella terminó de atar mi corbata y la acomodó con el cuello de mi camisa. Después sonrió.

—Ya está.

Levantó la mirada hacia mí. Se mordió el labio superior haciendo que su expresión se volviera graciosa y tierna. Sus manos viajaron por mi pecho hasta llegar a mi nuca. Ahí fue donde se detuvo. Tomé sus muñecas para alejarla de mí.

—Gracias —le dije firmemente.

—Detesto que me odies —murmuró.

—No te odio...

De nuevo, sus ojos grises me atacaron.

—Entiendo por qué hiciste lo que hiciste, y está bien. No te odio, Mae, sólo no creo poder convivir contigo en paz. Siempre voy a recriminártelo.

—Soy yo la que entiende —asintió lentamente mirando hacia otro lado. Se sentó a la orilla de mi cama y empezó a jugar con el anillo que usaba en el índice derecho—. Después de todo, Nate, de verdad me gustaría que hicieras ese viaje conmigo.

—Sigo considerándolo.

—Estoy quedándome en el Intercontinental, habitación doscientos ocho.

—Te... llamaré.

Fingí no conocer la referencia, pero jamás olvidaría ese hotel y esa habitación.

Después de la universidad, Mae y yo buscábamos un apartamento en el centro de la ciudad y, mientras esperábamos, nos hospedamos en el Intercontinental, en la misma recámara.

Mae estaba jugando con fuego y yo luchaba por no quemarme.

Se puso de pie y ni siquiera se despidió. Fue un gran movimiento de su parte. Me dejó con miles de preguntas en la punta de la lengua. Antes de salir, se topó con Jerome, quien sólo le dirigió una mirada de desaprobación.

—¿Ya estás listo?

—Esa bruja...

—Vino a desestabilizarte.

—Lo más gracioso es que eso tú ya lo sabes —lo fulminé con la mirada después de descolgar mi saco y ponérmelo—, y aun así le dijiste que viniera para apoyarme moralmente.

—Bueno, lo siento, pero mi primera opción está perdida en Vermont y no sé muy bien qué hacer ahora —se disculpó—. Por cierto, hablando de ella, el investigador al que contratamos ya la está buscando. Podrá tardar un poco ya que son catorce condados y nadie puede darnos una pista sólida.

Resoplé. Me colocó una mano sobre el hombro para reconfortarme y lo único que pude darle a cambio fue una sonrisita totalmente falsa. Ojalá pudiera describir con claridad cómo me sentía en esos momentos. Mi cuerpo estaba lleno de impotencia por no poder encontrarla ni tampoco hablar con Amy. También estaba atiborrado de rabia y exasperación por lo que había sucedido con Calum. Después de nuestro pequeño enfrentamiento por la noche, se marchó del apartamento y hasta la mañana siguiente no sabía nada de él.

De amores y senadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora