Capítulo III.

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Capítulo tres: Nathaniel - ¿Se conocen?

Diez días después ya estaba acostumbrándome a la presencia de Amelia Vortex en el Congreso, en la Cámara y en todos lados a donde la vida me trasladara. Parecía embelesar a todo el mundo y poco a poco fue acostumbrándose al mal carácter de Paul. A pesar de que eran familiares, él no tenía predilecciones como yo creía.

Así que Amy tal vez estaba pasándola mal, pero no decía nada. No refunfuñaba, simplemente hacía las cosas y posteriormente la veía regresando a las oficinas con cara de pocos amigos. Se le percibía extenuada y algo agobiada, pero todavía no conseguía acercarme tanto a ella como para preguntarle si estaba bien. El poco contacto directo que teníamos era en la cafetería y a veces teníamos que ir a un par de reuniones, pero era todo. Había encuentros ineludibles en los ascensores y las palabras que compartíamos eran puramente monosílabas. Eso también llegó a fastidiarme, porque era costumbre para mí tener una buena relación con mis compañeros de trabajo.

Llegué a la oficina más tarde de lo usual. Shay me miró sobre las gafas de lectura que llevaba puestas y se levantó antes de que yo pudiera llegar a la puerta.

—¿Acaso tienes resaca?

—¿Qué te hace pensar eso? —Bramé y me rasqué la nuca. Me había descubierto.

—El enorme café que llevas en la mano, las gafas de sol innecesarias en un lugar cerrado y tu manera de caminar. Pareces muerto en vida, Nathaniel —me regañó. Sabía que estaba hablando moderadamente, pero sus palabras eran como cuchillas en mi cabeza—. ¿Qué te hizo querer beber en martes?

—Un amigo regresó de Ibiza y teníamos que celebrar... —no estaba de humor para darle disquisiciones. Sólo quería llegar a mi lugar, concentrarme en el papeleo y no hablar con nadie—. Ahora, si me disculpas...

—¡No! —Ella se colocó entre la puerta y yo, parecía muy acelerada de pronto—. No puedes dejar que te vea así.

—¿Qué? —El corazón se me cayó hasta los pies y me quité las gafas. El sol que entraba por los ventanales me encandiló concisamente—. ¡No juegues conmigo! ¿Papá está aquí?

Ella confirmó mi duda en silencio. Si me veía así, seguro me mataría.

—No me dijo nada.

—Pues tal vez quería sorprenderte y mira cómo llegas —la manera que tenía para reprenderme era muy graciosa. Shannon no tenía hijos, así que no estaba familiarizada con los sermones.

—¡Ya llegué! —Dijo una vocecita parlanchina desde el otro lado del pasillo. Shay pareció volver a respirar—. Qué caritas tan vehementes —se rio, pero ninguno de los dos le respondimos la seña—. ¿Qué sucede?

—El senador Van Hollen está aquí.

—Aw, tu papi —se dirigió a mí con chasco y volteé los ojos antes de ponerme los lentes otra vez—. Oh, te ves terrible.

—Gracias, Amelia. Así se ve la gente normal después de una borrachera espontánea.

Shannon chasqueó la lengua y Amy se mordió el interior de la mejilla. Aquella escena podía ser muy donairosa si alguno admitía tener sentido del humor. Papá estaba ahí para saber cómo estaba yéndome en mi espacio de trabajo sin su supervisión y, casualmente, se me ocurría llegar totalmente destruido a la oficina. Amy lucía neurasténica y sus manos se removían incómodas.

—Amy, necesito que entres tú. Yo lo haré primero, pero me gustaría que aparecieras después para evitar una tragedia.

—¿Qué? ¡No! Jamás he encarado a tu padre y hoy no es un buen día para primeras veces.

De amores y senadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora