Capítulo XXXV.

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Capítulo treinta y cinco: Nathaniel – Los días en los que nadie supo nada

Las enfermeras decidieron sedar a Amelia después de aquel ataque de ansiedad respecto a la muerte de Abel. Lo entendía. Ella jamás se lo habría imaginado y ahora tendríamos que lidiar juntos con eso. No podía siquiera ponerme en sus zapatos. La idea de perder a una persona tan importante tan rápido y sin aviso... Me aterraba tanto como a cualquiera.

Me quedé dos noches más acompañando el sueño de Amy. Apenas despertaba para comer y sólo se dejaba ser ayudada por Lily o por Roxanne. Yo sólo me quedaba cuando ella volvía a los brazos de Morfeo.

Eran altas horas de la madrugada cuando Amelia abrió los ojos. Me di cuenta cuando escuché que se removía en la cama y se quejaba un poco por lo incómoda que se sentía. Me incorporé rápidamente para ayudarle a sentarse contra la cabecera. Me observó con recelo todo ese medio minuto, pero nunca puso resistencia. Tal vez porque no tenía la fuerza para hacerlo.

—Hola —me saludó cuando ya estuvo acomodada y yo volví a mi lugar en el incómodo sofá de la habitación.

—Hola.

—¿Puedo decir algo?

—Sí.

—Esperaba ver a alguien más cuando despertara —paseó la mirada por el cuarto y luego divisó un vaso de agua—. ¿Me...?

—Sí, ten —se lo tendí y esperé a que terminara de beber para regresar el vaso a su lugar—. ¿A quién esperabas?

—Calum —soltó.

No podía enojarme con ella por mencionarlo o por esperar a que fuera a verla. Después de todo, Amelia sí necesitaba tenerlo en momentos difíciles y apenas estaba dándose cuenta.

Asentí lentamente con la cabeza.

—Para serte sincero, yo también lo esperaba —me reí—. Quiero decir, siempre está al pendiente y ahora que estás hospitalizada no se ha aparecido por aquí.

—¿Has intentado llamarle?

—No en realidad, pero lo haré. Lo haré ahora mismo.

—Gracias —medio sonrió.

Por más que yo odiara a Calum, por más que no soportara verlo ni en pintura en aquellos momentos, aún me preocupaba.

Dejé que Amelia siguiera descansando y regresé a la sala de espera. Ahí estaba Daniel Vortex hablando por teléfono en voz muy baja. Se le notaba intranquilo pero, como todo buen político, sabía ocultarlo.

En cuanto me vio colgó la llamada.

—¿Está todo bien, senador? —Pregunté.

—Sí, sí, Nathaniel, son asuntos familiares. Como sabrás, nadie sabe nada sobre el paradero de mis hijos. Es como si no les importara.

—Seguramente tendrán buenas razones para no estar aquí. Usted más que nadie sabe cuánto adoran a su hermana, incluso George.

Él se rio sin diversión, sólo para llenar un pequeño hueco en nuestra charla. Como siempre. Aunque teníamos bastante en común aquel hombre y yo, había cierta incomodidad después de lo que había sucedido en la gala.

Pero, al parecer, no estaba enfadado conmigo.

—Pensé que estarías dormido a estas horas —comentó.

—Lo estaba, pero Amy me ha encargado una tarea que... me es imposible de realizar.

—¿Puedo ayudar en algo?

De amores y senadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora