Capítulo XXXVII.

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Capítulo treinta y siete: Nathaniel – Discreción en el Bugatti


Después de un par de días de estadía en la casa de los Vortex en Boston, aun no podía acostumbrarme a la presencia de todas esas personas.

Y, cuando decía todas esas, me refería a Lily, quien no dejaba de mirarme acusadoramente cada vez que yo estaba con Amelia; también a Josephine y a Daniel, quienes para mi sorpresa se habían quedado para no quitarle la mirada de encima sus hijas. También estaba el asistente del senador, del cual había olvidado su nombre sin importar cuantas veces lo llamaban de arriba para abajo, de un lado a otro.

El paradero de Quentin todavía era desconocido. Tampoco se sabía nada de George y eso sí me preocupaba.

Para las diez de la noche ya había terminado de cenar por mi cuenta. La casa estaba en total silencio y sólo se podían escuchar los grillos en el jardín trasero.

Con los codos apoyados en la mesa de servicio de la cocina, leía los documentos que me había enviado Shay para revisar. La verdad era que debía leerlos unas tres veces para comprenderlos. Mi mente se encontraba dividida y no podía cavilar con claridad. Una parte sólo pensaba en la mujer que dormía en la habitación de arriba y que apenas me dirigía la palabra, otra estaba en Washington D.C., en un trabajo que seguía siendo mío pero al mismo tiempo parecía que no. También recordaba los puños amoratados de Jerome y en la extraña desaparición de los hermanos Vortex.

Esperaba que el mío no tuviera nada que ver.

Los pasos de alguien interrumpieron mi lectura. Eran tan ligeros que ya comenzaba a distinguirlos de los de los demás. A ella le gustaba presentarse con discreción.

Dejó una taza blanca a un lado de mis papeles y resopló mientras le echaba una ojeada a todo lo que me quedaba por revisar.

—¿A qué hora piensas dormir hoy, Nate? —Me preguntó con voz queda y curiosa.

—Hace varios días que no puedo conciliarlo. ¿Tú qué estás haciendo despierta?

—Peleé con mi novio otra vez.

—A Amy no le gustará escuchar eso —me reí. Recordaba lo mucho que Amelia se molestaba cada vez que Lily hablaba sobre el imbécil que tenía como pareja—. ¿Quieres hablar sobre eso?

Sus ojos se iluminaron de repente. No dudó en tomar asiento en el banquito contiguo al mío.

—¿Por qué no te acompañó a la gala? —Cuestioné con curiosidad genuina—. Bueno, o tal vez no me dio tiempo de verlo.

—No, de hecho... —se rio sin gracia alguna y volteó los ojos— Yael no quiso acompañarme. Le disgustan los eventos de mis padres.

—¿Le disgustan o sólo no quiere conocerlos?

—Creo que ambas —tragó saliva y de pronto pareció avergonzada—. Él dice que no comprende cómo vive mi familia a expensas del dinero del resto de los ciudadanos.

—Me suena familiar.

El nombre de Roxanne pasó por mi mente. Cuántas amistades de la universidad había perdido por ser el hijo de un senador.

—Una vez Amelia mencionó que sólo le faltaba golpearme —murmuró. Al parecer le daba pena hablar sobre eso— y...

—No me digas, Lily, ¿lo hizo?

—Lo intentó —forzó una sonrisa e inevitablemente coloqué mi mano en su hombro—. Descuida, Nate, no pasó a mayores.

—¿Terminaste con él? Por favor, dime que lo dejaste.

De amores y senadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora