Capítulo XVI.

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Capítulo dieciséis: Amelia – Nate se expresa

Nate estaba de pie con la espalda pegada contra la pared. Un pie delante del otro y la uña del dedo anular entre los dientes.

—Sé que no era parte de tu plan el conocer a mi familia, pero sabes que vengo con la manada completa. Hasta mis hermanos...

—¿Y Declan?

—Él está aquí porque es el lamebotas de mi padre y nada más.

—¿Eso crees que es?

—Bueno, lo saben todos menos él. Declan. Él cree que persuadiéndome podrá llegar al Congreso.

—Seres ambiciosos y despreciables.

Nate y yo compartimos una risa hasta que el comedor empezó a llenarse. Lily y Quentin estaban discutiendo por asuntos que sólo ellos conocían, Declan entró poco después escribiendo algo en el teclado de su teléfono y, posteriormente, entraron mis padres. Si hubiera sido posible, el latido cardiaco de Nate se habría escuchado en toda la habitación.

Todos tomamos asiento, y para mi mala suerte terminé quedando entre un ansioso Nathaniel y la expresión amarga de Declan. Me limpié el sudor de las manos en el vestido y esperé no pasar un mal rato.

La cena ya estaba servida. Mi padre levantó su copa, llena hasta la mitad con vino tinto, y la elevó hacia mí, logrando que mi sonrisa se ensanchara.

—Por ti, querida, porque te hemos echado de menos. Espero que estés llevando la vida que mereces. Y... por traer esta noche a un buen invitado —ahora señalaba a Nate, quien tragó saliva tan fuerte que pude ver con claridad el movimiento de su manzana de Adán—. Es un placer conocerte, jovencito.

—Lo mismo digo, senador. Al final de mi último semestre de la universidad hice una tesis sobre su extensa y bien productiva carrera. Es una de las personas a las que realmente admiro.

Mi padre en verdad se veía sorprendido. Luego de eso, brindamos todos (mientras Declan se esforzaba demasiado en fingir que no se encontraba nada molesto) y procedimos a cenar. Nate era la estrella de la noche, porque empezaron a bombardearlo con preguntas sobre su infancia, su vida profesional y familiar, por supuesto siempre con respeto. Quentin y Declan se mantuvieron callados porque, tal vez, no tenían nada bueno que añadir a nuestra conversación. Nathaniel parecía cómodo con todos ellos y eso me hacía sentir feliz.

—Entonces me atrevo a suponer que eres cien por ciento originario de California, ¿cierto? —Preguntó mamá, quien ya se había dado la oportunidad de ser una buena persona con un Van Hollen—. ¿Y vives en D.C. también?

—Así es. Ahí crecí y estudié, y actualmente vivo en el deprecio de su hija.

De inmediato, la punta de mi pie fue a dar con su espinilla, ocasionando que se quejara del dolor. Todos los demás presentes fingieron que no les daba risa aquello, pero Lily fue la primera en romper la discreción riéndose como una loca. Papá y mamá le siguieron, y aunque mi hermano y mi ex novio lo quisieron evitar, también terminaron carcajeándose.

—Eso no es gracioso —le dije por lo bajo.

—Sabes que es la verdad.

De amores y senadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora