Capítulo veintiocho: Amelia – El embarazo por el que nadie se alegró
Llevábamos unos cuarenta minutos de viaje cuando tuvimos que detenernos a descansar. Encontramos un buen lugar para aparcar a un lado de la carretera.
Abel y yo no habíamos podido dormir bien la noche anterior. Él estaba muy nervioso y, por lo tanto, su insomnio se hizo más agudo que el mío. Me mantuve despierta con él para que se relajara.
No pude evitar sentirme terrible por eso. Era totalmente mi culpa el que él se sintiera así. Estaba por dejar su vida más de sesenta días sólo por mi capricho de mantenerme alejada, pero para mi sorpresa él no había puesto mucha resistencia. Tal vez era porque le dio su palabra a Nate, o quizás porque el tiempo perdido debía valer la pena. Por supuesto que estaba esperando su pago por haber realizado un buen trabajo.
Cualquiera que haya sido su motivo, en ese momento no importaba. Abel parecía estar entusiasmado por nuestro viaje de casi cuatro horas hacia Windsor, y la verdad era que yo también. Jamás había ido a Vermont.
Me pregunté qué podría hacer allá el tiempo que nos quedáramos.
—¿No crees que es demasiado el dinero que conseguiste? —Curioseó aun con los ojos cerrados y la cabeza apoyada en el respaldo.
—Sí... Ni siquiera me lo recuerdes. Me avergüenza.
Timothy nos había enviado el dinero sólo unas catorce horas antes. Cuando el sobre blanco llegó a mis manos, pesaba más de lo que cualquiera podía esperarse. Ahí no había dinero suficiente para sobrevivir dos meses. Con esa cantidad podíamos vivir fuera un año o hasta más.
La mayor parte de esos bienes se los deposité de regreso a Nate. No podía aceptarle tanto, mucho menos por algo que pudo haberse evitado desde el principio.
—Yo debería estar en casa con mis padres —murmuré, sintiéndome peor que antes.
—Pero no lo estás. Concéntrate en el ahora, no en el hubiera.
—¿Puedo decirte algo? —Pedí como niña pequeña reacomodándome en el asiento. Las piernas en flor de loto en su dirección.
—Claro.
—Agradezco mucho que hayas venido.
Abel sólo abrió un ojo para mirarme. Después, suspiró.
—Es un placer, Amelia.
—¿De verdad? —Tragué saliva con dificultad. Un rayito de esperanza se asomó en mi corazón: tal vez Abel no me odiaba tanto.
—Sí —sonrió de lado una vez que todo su semblante estaba dispuesto a ponerme atención. También inclinó su cuerpo para quedar a la par del mío—. En realidad, tengo algo que decirte —parecía nervioso de pronto.
—Ah, seguramente es la parte en la que me dices que Nate jamás te contrató y que todo esto es obra tuya para sobornar al senador por un rescate —bromeé con varios movimientos de manos y me reí un poco. Abel se mantuvo serio—. Oh, no.
—Lo siento.
Sus mejillas se inflaron un poco y supe por su mirada que, efectivamente, estaba jugando conmigo.
—De acuerdo, no. No es así —bufoneó—. Aunque la idea de fingir un secuestro no suena tan descabellada.
—Habla —le di un codazo para que continuara. Volvió a retomar su fachada circunspecta.
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De amores y senadores
RomanceAmelia y Nate parecían estar hechos el uno para el otro. Pero tal vez no era así. Al menos sus destinos parecían querer tomar caminos diferentes. Después de traiciones, triángulos amorosos, viajes inesperados y escándalos familiares, parecía difícil...